martes, 29 de diciembre de 2009

El ultimo sueño del Kaiser

Por instrucción del Kaiser Wilhem II, preocupado porque la guerra se había estancado luego de dos años, al final de 1915 se ordenó a los científicos, inventores, personas de ingenio, para que hicieran el aporte necesario en todos los campos de la ciencia, orientados a la destrucción del enemigo y a romper el equilibrio fatal, que tantos muertos había causado a su imperio.

Entonces, al año siguiente comenzaron a aparecer aportes luego conocidos, como el magnífico cañón Berta, que con un alcance de 70 kms., y desplazándose sobre los rieles de tren, podía destruir ciudades francesas.

Poco a poco el ingenio germano, descubrió que sus ametralladoras delanteras fijas de sus aviones, podían disparar sin tocar los giros de su propia hélice y la guerra aérea cobró más importancia.

La expedición que años antes había subido los Himalayas, había descubierto cavernas donde habitaban desde la prehistoria los dragones que escupían fuego por la boca.

Algunos kilómetros al norte de Katmandú, los alemanes montaron sucesivas expediciones hasta que un lugareño les enseñó como se podía montar y volar ese animal, remontar a los cielos batiendo las alas y descender a grandes velocidades escupiendo fuego a voluntad del conductor. El hallazgo se hizo en la más absoluta discreción. Los dragones fueron transportados en jaulas especiales y conducidas a la tierra del vals.

Los escuadrones aéreos con aviones de triple alas, recibieron a estos 63 dragones escupe fuego, a cargo de un nepalés y sus ayudantes, que abatirían a los aviones enemigos en los cielos de Francia, atacando las trincheras silenciosamente desde un lugar inesperado y así acabaría esa guerra, transformándose en victoria para el Reich.

El alimento de los dragones era pasto seco y bebían parafina con ajo, que suplía el oleoso néctar de las plantas nativas. El ruido de vuelo era sólo el batir de sus alas, que se escuchaba a una cuadra. En su cautiverio debían usar un bozal metálico, que impidiera echar fuego por la boca. Algunos soldados fueron quemados por el descuido en su uso, al asear los establos.


Los primeros animales voladores lo hicieron con un piloto domador, que los fustigaba con un látigo de puntas metálicas. Estos llevaban una montura sobre la base del cuello. De pronto el latigazo de un piloto con falta de experiencia le daba en el ojo al dragón en pleno vuelo y éste giraba el cuello y lanzaba una llamarada, cayendo el piloto al vacío. Entonces crearon la cabina con parabrisas antifuego, para protección del conductor.

Comenzaron los vuelos en escuadrilla. Habían designado un capitán a cargo. Subían, se remontaban sobre las nubes, y el ascenso seguía hasta que algunos pilotos se congelaban o perdían el conocimiento, cayendo desde grandes alturas. Aquellos dragones que volaban sin conductores, regresaban a los Himalayas y se perdían para siempre.

Mientras tanto la guerra continuaba en las trincheras. Ahora atacaban los franceses e ingleses y eran barridos por los prusianos. Después eran los alemanes y austriacos quienes producían el asalto y eran diezmados por el bando contrario. En dos años, a veces avanzaban o retrocedían doscientos metros.

El ingenio alemán hizo que se fabricaran las primeras cabinas termo presurizadas, con oxigeno para que sus pilotos no desfallecieran con la altura; ya se habían realizados importantes progresos con los dragones. Para mantener la presión de la cabina, inventaron unas palancas que castigaban a los animales voladores, cuando no obedecían.

Finalmente la perseverancia germana logró domesticar a estos extraños voladores pirómanos, que subían en forma helicoidal sin necesitar pistas. El capitán de bandada los guió al campo enemigo y luego de observar sus hangares y aviones, descendieron en picada, logrando incendiarlo todo, quedando el enemigo en esa localidad, sin defensa ni ataque aéreo.

Aquellos fueron condecorados personalmente por el Kaiser con la Cruz de Hierro.

La hazaña salió en los periódicos del bando vencedor. Los del otro lado no se atrevieron a publicar nada para no bajar la moral de sus tropas, ya muy por los suelos.

El capitán de bandada germano fue ascendido a comodoro del aire y se dedicó con mayor ahínco a supervisar todas las operaciones de dragones. Todos los nobles querían pertenecer a la bandada de dragones voladores. Comenzó a llegar una elite más audaz.

Muchas incursiones en campo enemigo se hicieron con total éxito. Trincheras, estaciones de trenes, campos aéreos, bases navales, fueron incendiados. El enemigo huía aterrado del campo de batalla. El alto mando enemigo estaba por aceptar la rendición, cuando el destino contra-atacó al Kaiser con un arma insospechada: Las bajas temperaturas bajo cero que congelaron el agua, evitaron que el insuficiente ajo sembrado pudiera germinar y madurar en el período de cosecha.

Paralelamente, debido al desabastecimiento por la guerra, las insuficientes importaciones, hicieron que los animales no soportaran otro alimento y sin él, sólo lanzaban eructos de fetidez incomparable, pero sin fuego para incendiar. La mejor flotilla aérea estaba en desuso.

Finalmente tuvieron que dejar en libertad a las 54 bestias que remontaron vuelo rumbo a los Himalayas.

La guerra terminó, con el resultado que todos sabemos, pero el final de aquella podría haber sido distinto.

Sorprendió a los vencedores que ocuparon Berlín la enorme producción de ajo que hubo ese otoño. Nadie sabía de ese tipo de aficiones entre los germanos.


Wilfred Youlton
2008

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