jueves, 17 de diciembre de 2009

El desenlace


… ‘On Pancho se está muriendo…

Este era el comentario que se transmitía de boca en boca entre los habitantes de esa pequeña localidad agrícola sureña.

La verdad es que Francisco González, uno de los más antiguos y conocidos residentes del lugar, agonizaba aquejado de una cirrosis hepática terminal. La noticia, en todo caso, no causaba mayor pena entre quienes la comentaban, ya que el personaje en cuestión tenía un largo y negro historial. Borracho, mujeriego, pendenciero y agresivo eran algunas de sus características personales que justificaban los apelativos de “carajo”, “putamadre” y otros peores que le colgaban.

Todos sabían de los maltratos a que había sometido a su esposa, la señora Margarita, durante toda su vida de casados. Igualmente conocían el incidente ocurrido hacía varios años atrás cuando su hijo Arturo, cansado de los constantes abusos que cometía con su madre, había lanzado al suelo a su padre y después lo había arrastrado por uno de los corredores de la vieja casona, ante la satisfacción y risas solapadas de los trabajadores de la viña. El asunto le costó al muchacho la salida de la casa y el término definitivo de cualquiera relación con su progenitor, quien jamás le perdonó esta vergüenza.

Por lo mismo, resultó incomprensible para muchos el comentario que también se filtró acerca de que Francisco había requerido la presencia de Arturo antes de morir. Algunos pocos pensaron en un deseo de reconciliación final, pero la gran mayoría de familiares, amigos y vecinos dudó de esta intención, porque el viejo había mostrado vivo el odio por su hijo hasta hacía pocos días atrás.

Estando el anciano una de esas noches recostado en su cama, seminsconciente y respirando con gran dificultad, ingresó al dormitorio en penumbras la señora Margarita, quien le dijo:
- Viejo… aquí está el Arturito, que ha venido a verte, como tu querías…

Entró entonces el joven caminando lentamente y ubicándose al pie de la cama.

Al verlo, el anciano hizo un esfuerzo supremo y se sentó en la cama. Con voz enronquecida le gritó:

- Infeliz, desgraciado… No me quería morir sin maldecirte…

Luego se desplomó sobre el lecho, para no levantarse más.

La comadre Clotilde acompañó en todo momento a la viuda en el cementerio.

- Puchas comadre, que ha sufrido Ud., le expresó. Pa´ peor, hacer venir al Arturito pa` puro insultarlo.

- Lo que pasa, comadre, es que Pancho me lo puso como condición pa’ firmarme el testamento. Contestó Margarita.

- Aún así, comadre. Insistió Clotilde. Debe haber sido muy duro para el niño ver a su padre así y más encima recibir sus maldiciones.

- Pa’ ná, comadre. El Arturito está trabajando muy bien en el norte. Así que hablé con un muchacho joven algo parecido que trabaja en el fundo vecino, y le pasé unos pesos. Total, el viejo estaba tan enfermo al final, que no se dio ni cuenta del cambio. Ahora la dejo comadre, porque tengo que ir a recibir las condolencias.


Pepe Arjona
2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario