jueves, 17 de diciembre de 2009

Con los roles difusos

El hombre comprimía velozmente las teclas de su computador, con el ruido típico de los que escriben sin mirar. La novela estaba en su primer tercio y la imaginación del autor tenía a los protagonistas del episodio en una fiesta de matrimonio. Clemente, conoce allí a una mujer neurótica que lo mira de arriba abajo, como si fuera un objeto. Ella le habla incesantemente, lo mira con deseos, lo halaga, y esto naturalmente le produce un rechazo. Cuando él voltea, ella lo persigue con insistencia. Ella le pide que bailen.

Entonces él se larga de la fiesta, pero cuando sale es abordado violentamente por un individuo siniestro que lo sujeta del cuello, mientras siente el cañón de una pistola en su vientre.

- Mira desgraciado, a mi prima nadie la va a ofender. Regresa y pídele disculpas. Tómale su mano.

Sé amoroso con ella. Hazme caso, de lo contrario a la salida serás hombre muerto. ¿Lo vas a hacer?

Te vuelvo a insistir que lo vas a hacer.

Clemente, muy serio, enfadado, asiente con su cabeza, sólo para salvar el pellejo.

Mientras el escritor daba rienda suelta a su imaginación, siente que golpean fuerte a su puerta.

- Clemente ¿Por qué tan serio? ¿algún problema?

- Desgraciado, el lío en que me has metido con esa mujer y el primo loco. No me gusta esa parte.

No me puedes obligar a pasar por esto. Un buen escritor no hace eso con sus personajes. Sácame al loco y escribe la última parte de nuevo.

-Yo creí que la estaba escribiendo bien, fundamentada…, pero si tú prefieres, la cambio.

Clemente apareció ingresando nuevamente a la fiesta. Fue al baño, se mojó el rostro con agua y salió a buscar a la mujer. Miró por todos lados y no estaba. Se había esfumado.

Paseó con un trago en la mano y su mirada fue a una mujer hermosa, madura, que le sonrió. Se acercó, conversaron, entraron en intimidades y ambos abandonaron la fiesta juntos.

Despertó en un departamento desconocido, se levantó y tomó una ducha. Estaba vistiéndose, cuando escuchó que el marido regresaba de un viaje de ventas.

-Voy a tomar un baño, querida. Luego me sirves el desayuno, porque vengo con mucha hambre.

Clemente comenzó a sufrir, no conocía el lugar, no sabía donde esconderse y tampoco quería delatar a esa mujer tan cariñosa que lo había tratado tan bien.

Ana, por su parte comenzó a pasarlo pésimo, no sabía si su marido descubriría al intruso, porque en ese caso, ella quedaría muy mal.

Continuaba el escritor avanzando en su obra, cuando nuevamente le tocaron su puerta.

-Ana ¡que rostro tan agrio, siendo tan linda! ¿a qué debo tu visita?

-Oye ¿tú no tienes en la cabeza otra cosa que meterme en problemas? Me hiciste conocer al hombre de mis sueños, tuvimos un fogoso romance y permites que inesperadamente regrese mi marido.

¿No lo puedes hacer regresar en un par de días?

- Momento Ana, yo soy quien escribe la novela. Tú eres un personaje que viene a reclamar porque no te gusta la trama. ¡No!…, eres demasiado osada.

-Entonces me niego a seguir en tu reparto. Reemplázame por otra.

- Bueno… bueno, voy a tratar de reescribir esa parte, pero regresa al cuento.

Ana salió de su despacho cerrando violentamente la puerta, dando a entender su indignación e ingresó nuevamente a la fiesta del matrimonio. Allá vio que un señor de sus años le hizo una venia y se acercó con una delicadeza muy afeminada. Charlaron, brindaron y más tarde, el viejo ofreció llevarla en su automóvil con chofer.

Cuando salía, reconoció al hombre con que había pasado la noche. Estaba conversando con otra dama.

Llegaron a su casa, el chofer le abrió la puerta y ella agradeció al hombre rico por traerla de regreso.

Se metió a su cama, vio televisión y luego se quedó dormida.

En la mañana, bien tarde, sintió que regresaba su marido mencionando que iba a tomar un baño y que traía mucha hambre.

El escritor sintió que había llegado a un momento en que sus ideas se agotaron. Tomó desayuno, se bañó, vistió y salió a caminar por el parque, en busca de nuevos aires para su novela. Allí comenzó a mirar a las personas, fijarse en sus rostros, sus vestimentas, cuando de pronto divisó a Clemente, que venía en sentido contrario.

En el momento de cruzarse, él balbuceó -Clemente ¿qué haces por aquí?

-Lo mismo que tú, paseando.

-Pero… yo no he escrito esta parte aún, donde tú paseas por el parque.

- ¿Tú estás trabajando o escribiendo ahora?

- No, yo sólo estoy paseando

- Bueno, yo también en mis horas libres ando por donde me gusta, buscando alguien con quien hablar.

- Sentémonos a conversar entonces. Así, yo te cuento lo que tengo en mente y tú me dices qué te parece. Dos cabezas piensan mejor.


Wiriyo
2008

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