martes, 22 de diciembre de 2009

Hotel para uno

Habíamos llegado. Esa tarde el gris ceniciento del cielo había arrojado algunos goterones de lluvia en el techo del automóvil. Eran cerca de las seis y bastó abrir la puerta para descansar en el sillón de la entrada. Se acercó el mayordomo y dijo:

-Bienvenidos. Aqui estan seguros. Esta noche no llueve más. ¿Desean la quince, la catorce?
-Danos la trece, por favor, es nuestro número de la suerte.
-Vengan conmigo.

El hombre alzó el par de pequeñas maletas, las sujetó fuertemente con las manos e hizo un gesto de complacencia. En el interior del hotel bastaban dos pequeñas bombillas que alumbraban apenas con una tenue luz amarillenta la escalera desvencijada y toda oscura. El negro se hizo, entonces, y las huellas de los pasajeros se perdió tras el rastro de las suelas de los zapatos.

En las afueras la gente había desaparecido de las calles. El foco de luz nocturno, roto de una pedrada, había dejado en penumbras a la solitaria noche. Los tarros de la basura esperaban ser retirados. Sólo una cantinela se oía a lo lejos, cantadas por un par de borrachos que tropezaban dando tumbos de tanto en tanto:

"Si yo pudiera decirte
cuánto dolor me has causado
sólo de veras el irte
no me habrá decepcionado.

Sin embargo la noche te trague
con su manto negro de penumbras,
sean tus huesos calaveras
que en polvillo óseo quede.

Entra en la habitación, ¡oh! perdida
para que encuentres el amor que odia
y verás cómo te harás en la sangre
una almohada pasajera.

Allí encontraras la sierra,
el motor que gira la carne
para que nunca digas :"¡jamás!"

Se vierte una copa. La emisora anuncia la muerte. El mayordomo se limpia en el sótano. La campañilla suena. La factura queda hecha. La cama se hace. Corre el agua en la ducha. Caen las monedas en la hucha. Sales impecable recién salido del baño. Bajas a la entrada y recibes el vuelto. En tu bolsillo el dedo recién cortado. La gota de sangre en el techo de madera. Palabreas con él y te ajustas el cinturón. Ves el ojo tras el vidrio empañado. Te calas el último cigarrillo. Dejas una nota de papel en la cubierta de la mesa. Con tinta roja escribes: esto es para que lo sientas. Dan las doce campanadas en el reloj de pared. Tus axilas están sudorosas. Afuera. Afuera. Afuera.

El hombre hace una marca en el número 25.


Gabriel Y Solo
2002

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