martes, 29 de diciembre de 2009

El ultimo sueño del Kaiser

Por instrucción del Kaiser Wilhem II, preocupado porque la guerra se había estancado luego de dos años, al final de 1915 se ordenó a los científicos, inventores, personas de ingenio, para que hicieran el aporte necesario en todos los campos de la ciencia, orientados a la destrucción del enemigo y a romper el equilibrio fatal, que tantos muertos había causado a su imperio.

Entonces, al año siguiente comenzaron a aparecer aportes luego conocidos, como el magnífico cañón Berta, que con un alcance de 70 kms., y desplazándose sobre los rieles de tren, podía destruir ciudades francesas.

Poco a poco el ingenio germano, descubrió que sus ametralladoras delanteras fijas de sus aviones, podían disparar sin tocar los giros de su propia hélice y la guerra aérea cobró más importancia.

La expedición que años antes había subido los Himalayas, había descubierto cavernas donde habitaban desde la prehistoria los dragones que escupían fuego por la boca.

Algunos kilómetros al norte de Katmandú, los alemanes montaron sucesivas expediciones hasta que un lugareño les enseñó como se podía montar y volar ese animal, remontar a los cielos batiendo las alas y descender a grandes velocidades escupiendo fuego a voluntad del conductor. El hallazgo se hizo en la más absoluta discreción. Los dragones fueron transportados en jaulas especiales y conducidas a la tierra del vals.

Los escuadrones aéreos con aviones de triple alas, recibieron a estos 63 dragones escupe fuego, a cargo de un nepalés y sus ayudantes, que abatirían a los aviones enemigos en los cielos de Francia, atacando las trincheras silenciosamente desde un lugar inesperado y así acabaría esa guerra, transformándose en victoria para el Reich.

El alimento de los dragones era pasto seco y bebían parafina con ajo, que suplía el oleoso néctar de las plantas nativas. El ruido de vuelo era sólo el batir de sus alas, que se escuchaba a una cuadra. En su cautiverio debían usar un bozal metálico, que impidiera echar fuego por la boca. Algunos soldados fueron quemados por el descuido en su uso, al asear los establos.


Los primeros animales voladores lo hicieron con un piloto domador, que los fustigaba con un látigo de puntas metálicas. Estos llevaban una montura sobre la base del cuello. De pronto el latigazo de un piloto con falta de experiencia le daba en el ojo al dragón en pleno vuelo y éste giraba el cuello y lanzaba una llamarada, cayendo el piloto al vacío. Entonces crearon la cabina con parabrisas antifuego, para protección del conductor.

Comenzaron los vuelos en escuadrilla. Habían designado un capitán a cargo. Subían, se remontaban sobre las nubes, y el ascenso seguía hasta que algunos pilotos se congelaban o perdían el conocimiento, cayendo desde grandes alturas. Aquellos dragones que volaban sin conductores, regresaban a los Himalayas y se perdían para siempre.

Mientras tanto la guerra continuaba en las trincheras. Ahora atacaban los franceses e ingleses y eran barridos por los prusianos. Después eran los alemanes y austriacos quienes producían el asalto y eran diezmados por el bando contrario. En dos años, a veces avanzaban o retrocedían doscientos metros.

El ingenio alemán hizo que se fabricaran las primeras cabinas termo presurizadas, con oxigeno para que sus pilotos no desfallecieran con la altura; ya se habían realizados importantes progresos con los dragones. Para mantener la presión de la cabina, inventaron unas palancas que castigaban a los animales voladores, cuando no obedecían.

Finalmente la perseverancia germana logró domesticar a estos extraños voladores pirómanos, que subían en forma helicoidal sin necesitar pistas. El capitán de bandada los guió al campo enemigo y luego de observar sus hangares y aviones, descendieron en picada, logrando incendiarlo todo, quedando el enemigo en esa localidad, sin defensa ni ataque aéreo.

Aquellos fueron condecorados personalmente por el Kaiser con la Cruz de Hierro.

La hazaña salió en los periódicos del bando vencedor. Los del otro lado no se atrevieron a publicar nada para no bajar la moral de sus tropas, ya muy por los suelos.

El capitán de bandada germano fue ascendido a comodoro del aire y se dedicó con mayor ahínco a supervisar todas las operaciones de dragones. Todos los nobles querían pertenecer a la bandada de dragones voladores. Comenzó a llegar una elite más audaz.

Muchas incursiones en campo enemigo se hicieron con total éxito. Trincheras, estaciones de trenes, campos aéreos, bases navales, fueron incendiados. El enemigo huía aterrado del campo de batalla. El alto mando enemigo estaba por aceptar la rendición, cuando el destino contra-atacó al Kaiser con un arma insospechada: Las bajas temperaturas bajo cero que congelaron el agua, evitaron que el insuficiente ajo sembrado pudiera germinar y madurar en el período de cosecha.

Paralelamente, debido al desabastecimiento por la guerra, las insuficientes importaciones, hicieron que los animales no soportaran otro alimento y sin él, sólo lanzaban eructos de fetidez incomparable, pero sin fuego para incendiar. La mejor flotilla aérea estaba en desuso.

Finalmente tuvieron que dejar en libertad a las 54 bestias que remontaron vuelo rumbo a los Himalayas.

La guerra terminó, con el resultado que todos sabemos, pero el final de aquella podría haber sido distinto.

Sorprendió a los vencedores que ocuparon Berlín la enorme producción de ajo que hubo ese otoño. Nadie sabía de ese tipo de aficiones entre los germanos.


Wilfred Youlton
2008

Dieguito

Por todos los cuentos que quedé debiendo en tu infancia, ahora trataré de inspirarme y brindarte una historia como mi regalo en tus 18 años y el pago de mi deuda.

A lo mejor voy a comportarme como una tonta sentimental de fin de siglo, y con muy poca técnica de escritura, pero, lo haré amparada en la idea de que los seres humanos tenemos diferentes formas de sentir y expresar y de que toda acción creativa surge de un estanque de energía sin forma que se toma y se usa a veces para escribir historias, poemas, pintar cuadros, hacer tapices, bordados, etc.

ADVERTENCIA: Este es un cuento de ficción y fantasía, cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia. (pero, así amamos generalmente las mujeres, y también algunos hombres, cuídate mucho de estas prisiones y recuerda el proverbio árabe que dice: "Quien no quiera sufrir dolores, aléjese de los amores".

PROLOGO

Espero en el cuento expresar lo necesario y realmente importante, aunque tala vez la vida vaya siendo una cadena de sencilleces, de lo cotidiano, que se va haciendo grande para algunos... Como lo fue para la protagonista de la historia en ese gran viaje que inició un día de agosto y que la transportó en un vehículo personal por caminos de recorridos insólitos y difíciles, pero, a la vez lleno de sensaciones mágicas y emociones profundas que la llevaron a caminar al borde del precipicio en la locura e inocencia del impulso que cae del cielo, que no tiene base de acción ni programa pre-fijado, incluyendo inseguridades y riesgos ya que estos impulsos irracionales nos muestran el umbral de un camino que puede ser destructivo y creativo a la vez. Por eso, es que a veces es difícil entender sii una aventura amorosa ha originado una explosión de actividad creativa y un nuevo disernimiento o si un nuevo disernimiento y una manera más creativa de mirar la vida nos ha arrastrado hacia una aventura amorosa.

En este mundo de la idea de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra; pero, aunque los seres humanos tenemos la voz y el lenguaje, muchas veces el amor nos juega una mala pasada dejándonos absortos y mudos. Tal vez sea porque el habla restringe nuestra experiencia de la realidad ya que al poner a cada cosa u rótulo erigimos una barrera entre nosotros y la experiencia. Además al confiar demasiado en el lenguaje ignoramos aquellas emociones que no pueden ser expresadas en palabras.

Así y todo cuando nos quedamos sin habla podemos recurrir a lo aprendido, a lo racional, a lo mecánico, a lo adquirido con método, es decir a lo escrito; valiéndose de metáforas, fábulas o cuentos; los cuentos de siempre, los cuentos que todos los niños del mundo viven escuchando hace miles de años.

Pero, este cuento va acompañado de nuevas y modernas versiones de la realidad y además no pretender maravillar a nadie, sólo contarlo para dejarlo registrado en los infinitos archivos del planeta y así no tener que cantar un día;
"A dónde van las palabras que no se quedaron
a dónde van las miradas que un día partieron
Acaso flotan eternas...etc.

PARA CONTAR Y CANTAR

Erase una vez una princesa que vivía adormecida en su mundo inconsciente y a la vez muy activa en su mundo consciente; se movía rápido junto a los demás, hacía miles de cosas y cumplía varios roles, era hija, hermana, madre, esposa, amiga, vecina, apoderada, etc. y como todo ser humano era llena de dualidades, alegre y triste, fuerte y débil, buena y mala, etc... pero, había caído desde hace muchos años en un sueño profundo...

A ella la llamaremos Lita...

Un buen día aparece en la comarca un hermoso, fuerte y gallardo príncipe, famoso por repartir besos mágicos y rayos de luz por sus ojos ladinos.

A él lo llamaremos Luis... o quizá nó, es poca cosa... él podría ser el mitológico Prometeo que robó el fuego del cielo para darlo a la helada humanidad... O Aries, el padre del zodíaco, el 1º que es fuego y acción... O el Emperador, en el tarot por su estructura, su ley, su orden; o el rey de Espadas por su mente clara y analítica... En la literatura lo llamaremos El Señor de los Anillos de Tolkien por el anillo misterioso que brilla en su dedo y en su corazón...

Mejor lo llamaremos el Príncipe Encantado porque encarna todo lo mágico y poderoso para esta Lita a la cual un día, un rayo loco del príncipe penetró en su alma y un beso fortuito se posó en sus labios. A partir de ese momento ella empezó a sentirse rara, inquieta, dormía mal y sus sueños venían difusos y cargaban mensajes extraños, ella no entendía que el subconsciente le hablaba a través de un velo valiéndose como siempre de sueños, símbolos y visiones queriendo despertarla.

El beso fue para ella un fuego poderoso, una chispa mágica que hizo estallar un sin número de ondas que fueron creciendo sin parar, formando parte de un espacio infinito e incontrolable ya que no se sabían a donde iiban, pero estaban en todas partes. Sintió que sus emociones más ocultas salían a la superficie y eso la asustaba, ya que cuando quería rescatarlas éstas se resbalaban de sus manos y desaparecían en el aire como pompas de jabón...

Sucedía que el príncipe con su encanto y poder de conquista la había hecho saltar de su adormecimiento para despertar a nuevas formas de sentir, de mirar, de amar y que la llevaron a recorrer los caminos del alma... y se enamoró... El pasó a ser su mundo, su amanecer, su sol, el dueño de sus sentimientos más puros y fuertes; pensaba en él noche y día, amaba todo lo que a él pertenecía, su voz, su forma de caminar, de hablar, etc. Quiso entonces tirar todo su pasado de letargo y jugársela por ese amor que le parecía tan completo, tan maduro porque estaba presente todo lo espiritual, lo físico, lo intelectual; entendió que existía esa indefinible alquimia de atracción poderosa que el tiempo iba matizando con tantos y tan lindos sentimientos.

Pero, cuenta la historia que Lita no quería sentirse sola recorriendo esos caminos y de una y otra forma se acercaba a él, aunque fuera para mirarlo y sentir su aroma; deseaba huir con él a las estrellas y quedarse por siempre a su lado. Le era difícil entender o tal vez reconocer que sus mundos eran distintos... El príncipe tenía el poder del fuego y de la luz y su mundo era la magia de los bailes y los besos en donde estaban otras princesas en diferentes puntos, cerca y lejos, que lo esperaban con sus trajes brillantes y sus joyas para brindarle sus encantos, sus sonrisas, sus figuras... Lita era para él sólo un momento, un juego, una pompa de jabón y una música que canta:

"No hay nada aquí
sólo una tarde en que se puede respirar,
un diminuto instante en el vivir,
después mirar la realidad
y nada más...

El caso es que Lita amaba sin ser alimentada por la salvia de su Príncipe, ya que por el contrario, el demostraba con descaro que... le era insignificante y pequeña, era como la criada que tenía amores con su patrón; él dominaba todos los espacios, cortejaba a todas las doncellas en su presencia y hacía alarde de sus conquistas y compañías, riéndose fuerte de las "incautas prisioneras del amor" como él las llamaba. En muchas ocasiones pisoteaba sus sentimientos y parecía que se los ensuciaba o se los hacía trizas y Lita se percibía frente a un ser humano frío y cruel, entonces lo veía como el Gigante Egoísta, prisionero de su ego y al cual ella permitía que ejerciera un gran poder sobre su naturaleza; pero... las cosas cambiaban cuando cada dos o tres meses él la miraba y la tocaba... Entonces ese Gigante Egoísta se le transformaba en el Flautista de Hamelín y al oir su música se dejaba nuevamente llevar por el encanto sabiendo que iba a entrar al centro de la caverna que se cerraba y la dejaba sola y a oscuras por largo tiempo.

Ella sabía que necesitaba ver la vida de otra manera, pero, le costaba mucho renunciar a los sueños y al encanto, sentía que lo amaba intensamente y que le hacía falta como el aire, el sol, la luz... Debía entender que las personas se hacer "señores" de su destino cuando enfrentan la vida tal cual es y no a través de rutinarios hábitos y defensas... entonces siguió entregándose a él en cuerpo y alma.

Un día el Príncipe dio un latigazo tan fuerte que llegó al corazón de Lita produciendo ondas de destrucción, de dolor y desengaño que ya no podía soportar; se sintió cansada, abrumada, pesimista con la vida... no había caso, la realidad la obligaba a darse cuenta que su Príncipe tenía el alma como noche de invierno fría y helada.

Y es que la conciencia aparecía como un disparo de nieve fría y dolorosa, como una mentira expuesta a la luz. Sentía que gastaba su fe en amores sin porvenir y así cantaba:

"Ojalá que las hojas
No te toquen el cuerpo cuando caigan
Para que noo las puedas convertir en cristal..."

Ya era el tiempo en que Lita debía abrir bien los ojos y tomar decisiones profundas aunque le trajeran confusión y llanto, recordó las rimass de Becker:

"Ni sé tampoco en tan terribles horas
En qué pensaba o qué pasó por mí
Sólo recuerdo que lloré y maldije
Y que en aquella noche envejecí"

Ella debió alejarse de lo que más quería, dejar de sentir su presencia, su voz, exigirse un retiro voluntario para separarse emocionalmente de él y de otras personas y actividades a las que una vez le atribuyó gran importancia.

Entendió que la rueda de la vida no se vuelve visible mientras no nos apartemos de ella ya que cuando estamos inmersos no vemos otra cosa que los acontecimientos que están antes y después de nosotros. Cuando nos retiramos podemos ver la totalidad del diseño.

Para conseguir todo esto, Lita se metió en una cueva oscura y puso sus emociones en algún rincón de su mente, acurrucadas y dormidas esperando el silencio. El insomnio y la fantasía se encargaron de procrear monstruos enormes, deformes, desnudos, revueltos; una confusión que se agigantaba a oscuras y que ella no podía sacar a la superficie para transformarlas al sol en flores y futos.

Era más fuerte la realidad, el mundo consciente, lo concreto, la razón. Entonces abrió la compuerta de sus ojos para que saliera el caudal de sus ríos; cerró la cajita mágica que tenía en su corazón de esa energía liberadora, tapó sus oídos, su boca y adormedió sus sentidos. En otras palabras "aprendió a vivir" para defenderse del desamor. Y así pasó un buen tiempo...

Un día a la distancia sintió la voz del Príncipe y esto la removió de su estado, sacó energía, volvió a sonreir y salió a su encuentro:

"Quizá me fuera necesario anoche
tomar la inútil decisión de verte,
así sea en el centro de la noche,
así sea en el centro de la muerte.
Mi corazón es un caballo alado
Mi decisión es una espera amarga
Yo volveré a buscar lo más amado,
Pese a la incertidumbre que me embarga.
Arriesgaré la piel por un encuentro...

Y arriesgó la piel, su corazón y mente para volver a sentir esa magia indescriptible en su cuerpo y en su alma. Fue para ella un encuentro de piel maravilloso que la llenó de alegría y así salió cantando:

"Hoy sé que no hay nada imposible,
anoche supe la verdad
creía mi alma inservible
pero, era cansancio vulgar nada más.
Tú eres el don de la brisa
Un ser de la resurrección
Un pájaro con una risa
Capaz de arrastrar a la noche hasta el sol"

Hubiera querido gritarle que lo amaba, contarle lo que había sufrido sin verle, sin sentirlo cerca; que le hacían falta su cuerpo, su voz, sus manos, su aroma y que continuaba siendo para ella su luz, su sol, su aire.

Pero, la pobre ya había quedado muda... y entonces no le quedó otra alternativa que recurrir a la imaginación para un día poder escribirle un cuento...

EPILOGO

Lita pagó caro el viaje que inició en agosto por esas sendas retorcidas que la hicieron dejar atrás el paisaje conocido y rutinario para ir hacia paisajes extraños y desconcertantes que fueron penetrando en todas las esferas de su vida, su mente, su imaginación, su corazón y su cuerpo, pero, que de no haberlo realizado no habría conocido la plenitud de amar intensamente, sola y comprometida con sus sentimientos y emociones. Sí se hubiera protegido del rayo del Príncipe se habría convertido en prisionera de sí misma y quedaría encerrada en los límites de su ego y en las máscaras de que debe mostrarr al mundo... y sabe que eso jamás satisface.

"Los amores cobardes
no llegan a hacer historia,
ni el recuerdo los puede salvar..."

Es verdad que este viaje le costó a Lita quedar muda, sorda, ciega, sin corazón y conocer el lado oscuro del amor recorriendo caminos diversos y difíciles, pero, a la vez transformadores y personales que le proporcionaron liberación y conocimiento de sí mismo y su verdad, aceptando sus emociones en profundidad para llegar a quedar sola con sus sentimientos que irán con ella, y morirán con ella, los asume como son y no teme al insomnio ni a la fantasía que seguirán procreando hadas y monstruos, pero, que un día abrirán el paso a las aguas profundas que acabarán por romper el dique que los retiene.

Lita, ahora ve al Príncipe tal cual es y no como ella quería que fuese; entonces ya no está a merced de fuerzas que no entiende. Ha madurado y comprende los límites de la vida.

Reconoce que la fuerza masculina de su Príncipe es importante por su dominio, su poder de conquista, su gracia, su razón y su voluntad, pero, las cualidades femeninas de ella, la intuición y la emoción están lejos de ser debilidades, ya que para librar los sentimientos profundos con amor y fe, no sólo se necesita fuerza sino también un gran coraje.

Amó a su Príncipe sin táctica ni estrategia, sin racionalidad, sin exigencia y con modestia al reconocer que pasó para él casi inadvertida, sin recuerdo, sin peso, así y todo canta:

Ando lento porque ya tuve prisa
Y llevo esta sonrisa porque ya lloré demás
Hoy me siento más fuerte o más feliz quien sabe
Y sólo tengo la certeza de que muy poco sé o nada sé
Es preciso amor para poder detenerse
Es preciso paz para poder sonreir
Es preciso lluvia para poder florecer
Pienso que cumplir la vida es simplemente comprender la marcha
Y seguir mirando hacia delante
Todo el mundo ama un día, todo el mundo llora un día
Uno llega y otro se va
Cada uno de nosotros compone su propia historia
Y cada ser en sí carga el don de ser capaz y ser feliz...
Como un viejo arriero llevando el ganado
Yo voy adelante tocando los días
Por el largo camino yo voy, yo voy...

Lita percibe que cada etapa de la vida conduce a la siguiente y que aunque intentemos detener el tiempo para permanecer en una situación, no está a nuestro alcance como mortales volver el ciclo de la vida al revés o detenerlo en el lugar deseado.

Quiere terminar aquí su viaje, bajarse del carro para seguir caminando absorta en sus pensamientos y recuerdos, desarrollando ojalá la agudeza para cambiar lo que pueda cambiar, aceptar lo que no pueda cambiar y aguardar en silencio para poder ver claro y distinguir las diferencias.

Hace una señal al Príncipe para avisarle que hasta aquí llega su viaje y que quiere despedirse, pero tristemente se da cuenta que él no está en el carro y que jamás se sintió su compañero de viaje.

Lita no hace otra cosa que asumir en totalidad la renuncia a la magia y al sueño y grita con fuerza y convicción a la eternidad:

¡COLORIN COLORADO ESTE CUENTO SE HA ACABADO!

AGRADECIMIENTOS

- A la escritora María Luisa Bombal por su cuento El Arbol, que fue la inspiración de esta historia, mostrando a esa Brígida ciega a la luz, tonta e ingenua a la vida y al amor, que esperó tanto por ese Luis que nunca la entendió... Pero, que un día vislumbró la luz.

- A la academia de teatro de Fernando González que un día permitió la puesta en escena de fragmentos del cuento El Arbol en que más adelante se produjo la sincronía del teatro y la realidad.

- A la agencia de viaje que facilitó el vehículo, siendo lo bastante fuerte para soportar caminos llenos de baches y detenerse cada vez que se le pedía para tomar aire.

- Agradecimientos al compañero de viaje que aunque ausente e indiferente enseñó a Lita a conocer la angustia como precio de ser ella misma.

- Solidaridad también a esas princesas que compartieron los encantos del Príncipe, sus rayos, su luz, sus manos y su néctar, tal vez también sus ilusiones y desilusiones.

- Muchas gracias a Inti-illimani, Silvio Rodríguez y María Bethania por su música ya que al final la penumbra se hace arco iris del canto, y toda aquella angustia, todo empeño imposible, todo amor y soledad valen por esos instantes fecundos en que nace una canción o una historia.

- Gracias a esa energía sin forma que se puede usar para escribir cuentos y que permite vaciar los sentimientos y dar testimonio de ellos. También al papel y al lápiz, a las letras y sus combinaciones. Al taller literario de Fernando Valenzuela que con su afecto y respeto permitirá que este cuento conozca la luz.

- Por último, lo más importante, gracias energía del Cosmos, Amor Universal que me otorgaste la gracia de mi hijo Diego Andrés que hoy cumple 18 años y se presenta ante la vida sano, optimista e íntegro y me entrega la fuerza y la inspiración para escribirle un cuento.


Adela Valdés Harris
2000

El Benji


Parecía que podría haber pasado una hora, un día, o quizás una semana. Pero Pedro sabía muy bien que eran sólo unos minutos, sin embargo, aún seguía sin reaccionar. Y frente a él, ese maldito Andrés Zañartu, el joven y amanerado ingeniero comercial de la empresa, que le acababa de explicar aquello de las razones de buen funcionamiento de la reestructuración, de las nuevas exigencias del mercado, de la lucha con la competencia...

- ¿Y tú que hiciste?, ¿no lo golpeaste? - pensaba en ese instante, que le diría su mujer.

Pero él seguía ahí sentado delante del escritorio de aquel gusano, que ya una vez se había dado el gusto de llamarle la atención delante de todos los de la oficina.

Era cierto si, que había adivinado lo que le iba a decir. Lo había presumido, más bien. Pero, ¿por qué quedarse tanto rato pensando en ese "no nos queda otra cosa"?. Y por qué dice, no nos queda otra cosa, él, que es un aparecido, que durante meses, le tuvo que estar explicando todo respecto a cómo funcionaba la empresa.

Entonces, fue en ese instante, que a Pedro le vino ese típico vacío mental, como él lo llamaba a ese instante en que no pensaba en lo que debía pensar, sino en la forma en que debería actuar, a sabiendas que era una persona que siempre se demoraba tanto en reaccionar.

Y allí estaba, mirando a su verdugo, pero pensando en positivo, es decir pensando en lo que debería hacer, sin perder el tiempo en reaccionar. Pero tampoco su mente le servía en ese instante para saber lo que tenía que hacer, pues seguía ocupada en determinar cuál tendría que ser su reacción.

Y los minutos pasaban y el imbécil de Zañartu seguía observándolo con esa cara que pretendía ser neutral, con esa sonrisa arcaica de pariente de difunto, con ese rostro ingenuo como diciendo, perdón, perdón... interminablemente. O quizás pensando en que a él le podría venir un ataque al corazón o quizás que cosa.

Tal vez por eso mismo fue que se preocupó tanto cuando Pedro salió a la terraza para tomar aire; debió haber pensado que se iba a lanzar al vacío. Tan ocupado estaba que después de un rato se le acercó y le dijo:

- Entonces don Pedro, le voy a extender su cheque con la indemnización correspondiente...

Sólo en ese instante, cuando el joven ejecutivo se paró frente a la antigua caja de fondos. Pedro lo volvió a encontrar en sus retinas. Es la misma que siempre esstuvo en mi oficina, pensó, pero que con la llegada del maldito hubo que llevarla al quinto piso en donde se había instalado la nueva gerencia.

La primera semana de desempleo, Pedro tan sólo descansó. No hizo nada, absolutamente nada. Sin embargo, para su mujer lo verdaderamente sorprendente fue aquello de la insistencia con que buscara un lugar en donde pudiese practicar benji.

-¿Cómo es posible Pedro?, a tu edad, en vez de buscar algún trabajo.

- No hay trabajo mujer; por la crisis, por mi edad, porque no hay en que, y sencillamente porque no voy a trabajar nunca más - solía decir y se iba hacia aquellos galpones industriales vacíos en donde un grupo de "locos" solía practicar el salto al vacío amarrados tan sólo de un elástico. Allí conoció a Daniel, ese disparatado joven que a los 26 años decía haber pasado por todas y para el cual la vida no era más que un permanente desafío.

Cuando Pedro cumplió un mes de cesantía pensó que ya estaba listo pues sus saltos tenían toda la precisión requerida. Entonces decidió volver con aquellas inmensas cajas de cartón para retirar sus cosas de la oficina. Tal como había previsto, subió y bajó tantas veces que al final nadie pudo haber sabido si estaba dentro y fuera del edificio. Entonces, se escondió en el closet de su antigua oficina y estuvo allí hasta muy entrada la noche.

Esperó pacientemente, hasta que escuchó al guardia nocturno alejarse por el pasillo para bajar a continuar durmiendo junto a las calderas del subterráneo, y luego subió al quinto piso. Buscó la copia de llave que siempre había conservado de la oficina de gerencia, se calzó un par de guantes de goma que sacó de uno de sus bolsillos y abrió la puerta hasta atrás. Enseguida se acercó a la caja de seguridad y la empujó con todas sus fuerzas. Un largo suspiro lanzó cuando comprobó que era capaz de moverla.

Lentamente, casi sin apuro, comenzó a desplazar la inmensa caja hasta sacarla de la oficina. Luego la siguió arrastrándola por la terraza hasta dejarla casi junto a la baranda. Desde allí asomó su cabeza al vacío para examinar el oscuro callejón de tierra que daba a la parte trasera del edificio. Luego lanzó una cuerda para medir la distancia hasta el suelo.

Esperó unos minutos para recuperar el aliento y luego se agachó, cogió la caja por su base y con un esfuerzo increíble la lanzó al vacío.

Un golpe seco y profundo rompió por un instante el oscuro silencio de la media noche.

Luego corrió a tomar uno de los extremos del elástico que había traído en las cajas de cartón, amarrando con él sus piernas. El otro extremo lo fijó en aquella viga sobresaliente que daba hacia el callejón. Sólo cuando estuvo seguro que no se iba a soltar se fue equilibrando sobre la inmensa barra hasta su extremo y tras una breve pausa desapareció en el vacío de la noche.

Sólo cuando su cuerpo casi inerte se estabilizó en el aire, Daniel acercó su camioneta para que su amigo hiciera pie y pudiera desprenderse del elástico. Luego ambos instalaron la preciosa carga en la parte trasera del vehículo y se perdieron en la oscura noche, que pareció ser una madre que los acogía bajo su manto.


Armando Aravena Arellano
2000

Burundi

Natalia sintió de pronto un deseo perentorio, urgente de ir. ¿Hacia qué lugar? No era claro para ella; pero sí estaba segura de la necesidad que poco a poco se había incubado en su interior para irrumpir en un querer ir: lejos, sí, muy lejos. Ese lugar tendría que ser diferente a todos los espacios conocidos. Quizás fuera en Africa, tal vez en Burundí o cualquier remoto pueblo extraño. ¿Pero a dónde debía ir en realidad? Y ¿Cómo llegar? Eso obviamente lo ignoraba.

Salió a la calle. Estaba vacía. Tan vacía como en Domingo por la mañana. Era un día de aquellos en que uno no acierta a definir si es un día de Otoño o uno de comienzo de Primavera, a pesar de que lo iluminaba un Sol tenue, no hacía frío.

Salido de sabe dónde, un autobús se detuvo en frente de ella. Subió sin tiitubear. Luego de dar apenas una mirada se ubica en el primer asiento, aunque todos estaban vacíos.

- Señorita yo voy al aeropuerto por un encargo. No estoy de servicio. ¿A dónde se dirige usted? - Le pregunta el conductor.

- Justo lo que necesito, ese es un buen lugar de partida, - dice para sus adentros.

- Al aeropuerto, - le responde prestamente.

El conductor la mira através del espejo retrovisor con incredulidad. Ella no le hace caso a su mirada y por el contrario finje prestar atención a un punto indefinido fuera del vehículo.

Las calles pasan raudas. Extrañamente no se detiene el bus en ninguna esquina. Al parecer no funcionan los semáforos, o lo que sea. Esto la alegra; - llegaré pronto al aeropuerto y desde allí podré ir más lejos y más, - piensa.

Calles y calles cruzan por su ventanilla, tal como si el exterior del autobús fuera una cinta sin fin. La luz solar parece ir oscureciéndose lentamente. Los sonidos y las voces se van apagando del mismo modo.

El conductor al parecer la ha olvidado. Ya no la mira por su espejo retrovisor. Natalia divisa la imagen del hombre estático en su asiento. Ell continúa en igual posición. Sólo que ahora, siente que carece de peso y de forma. Nadie la importuna. No hay preguntas ni tampoco explicaciones. Está, eso solamente.

- ¿Tendrá quizás esta forma la felicidad? ¿Y este vehículo, es finalmente, su paraíso encontrado?..

En el quiosco de diarios de la esquina, en la mañana siguiente, mostraba la portada de un diario en el que se podía leer con grandes letras y en primera plana: "Una mujer apareció muerta en un bus. El vehículo estaba fuera de servicio desde varios días. Lo curioso, acotaba el periodista, era que la mujer parecía ser la imagen del bienestar y la paz".


Julieta Morales
2000

martes, 22 de diciembre de 2009

Hotel para uno

Habíamos llegado. Esa tarde el gris ceniciento del cielo había arrojado algunos goterones de lluvia en el techo del automóvil. Eran cerca de las seis y bastó abrir la puerta para descansar en el sillón de la entrada. Se acercó el mayordomo y dijo:

-Bienvenidos. Aqui estan seguros. Esta noche no llueve más. ¿Desean la quince, la catorce?
-Danos la trece, por favor, es nuestro número de la suerte.
-Vengan conmigo.

El hombre alzó el par de pequeñas maletas, las sujetó fuertemente con las manos e hizo un gesto de complacencia. En el interior del hotel bastaban dos pequeñas bombillas que alumbraban apenas con una tenue luz amarillenta la escalera desvencijada y toda oscura. El negro se hizo, entonces, y las huellas de los pasajeros se perdió tras el rastro de las suelas de los zapatos.

En las afueras la gente había desaparecido de las calles. El foco de luz nocturno, roto de una pedrada, había dejado en penumbras a la solitaria noche. Los tarros de la basura esperaban ser retirados. Sólo una cantinela se oía a lo lejos, cantadas por un par de borrachos que tropezaban dando tumbos de tanto en tanto:

"Si yo pudiera decirte
cuánto dolor me has causado
sólo de veras el irte
no me habrá decepcionado.

Sin embargo la noche te trague
con su manto negro de penumbras,
sean tus huesos calaveras
que en polvillo óseo quede.

Entra en la habitación, ¡oh! perdida
para que encuentres el amor que odia
y verás cómo te harás en la sangre
una almohada pasajera.

Allí encontraras la sierra,
el motor que gira la carne
para que nunca digas :"¡jamás!"

Se vierte una copa. La emisora anuncia la muerte. El mayordomo se limpia en el sótano. La campañilla suena. La factura queda hecha. La cama se hace. Corre el agua en la ducha. Caen las monedas en la hucha. Sales impecable recién salido del baño. Bajas a la entrada y recibes el vuelto. En tu bolsillo el dedo recién cortado. La gota de sangre en el techo de madera. Palabreas con él y te ajustas el cinturón. Ves el ojo tras el vidrio empañado. Te calas el último cigarrillo. Dejas una nota de papel en la cubierta de la mesa. Con tinta roja escribes: esto es para que lo sientas. Dan las doce campanadas en el reloj de pared. Tus axilas están sudorosas. Afuera. Afuera. Afuera.

El hombre hace una marca en el número 25.


Gabriel Y Solo
2002

Identidad

Yo no soy más que el vil reflejo de tu ira y repugnancia, te produzco incertidumbre y estoy en todos lados, estoy donde jamás te atreverás a buscar, estoy preso en ti y tú estás ahogada en mí, yo habito en tus entrañas, todo movimiento que trates de hacer será cubierto por una espesa mancha roja. No trates de mirarme porque no me verás, no intentes seguirme porque no tienes las agallas, sólo puedes sentir mi agitado respirar detrás de ti. Yo soy a quien más le temes, soy yo quien te acaricia y abraza con violencia bajo la luna. Nunca me podrás ver, sólo me puedes sentir, nada de risas, en este momento voy por ti, cuidado! mira bien a tu alrededor, sientes un escalofrío, se te escarcha la espalda, empiezas a sudar, mi fuego te cubre, y sé que ahora me estás sientiendo... yo soy el miedo.


Franco Barbato
2002

jueves, 17 de diciembre de 2009

El desenlace


… ‘On Pancho se está muriendo…

Este era el comentario que se transmitía de boca en boca entre los habitantes de esa pequeña localidad agrícola sureña.

La verdad es que Francisco González, uno de los más antiguos y conocidos residentes del lugar, agonizaba aquejado de una cirrosis hepática terminal. La noticia, en todo caso, no causaba mayor pena entre quienes la comentaban, ya que el personaje en cuestión tenía un largo y negro historial. Borracho, mujeriego, pendenciero y agresivo eran algunas de sus características personales que justificaban los apelativos de “carajo”, “putamadre” y otros peores que le colgaban.

Todos sabían de los maltratos a que había sometido a su esposa, la señora Margarita, durante toda su vida de casados. Igualmente conocían el incidente ocurrido hacía varios años atrás cuando su hijo Arturo, cansado de los constantes abusos que cometía con su madre, había lanzado al suelo a su padre y después lo había arrastrado por uno de los corredores de la vieja casona, ante la satisfacción y risas solapadas de los trabajadores de la viña. El asunto le costó al muchacho la salida de la casa y el término definitivo de cualquiera relación con su progenitor, quien jamás le perdonó esta vergüenza.

Por lo mismo, resultó incomprensible para muchos el comentario que también se filtró acerca de que Francisco había requerido la presencia de Arturo antes de morir. Algunos pocos pensaron en un deseo de reconciliación final, pero la gran mayoría de familiares, amigos y vecinos dudó de esta intención, porque el viejo había mostrado vivo el odio por su hijo hasta hacía pocos días atrás.

Estando el anciano una de esas noches recostado en su cama, seminsconciente y respirando con gran dificultad, ingresó al dormitorio en penumbras la señora Margarita, quien le dijo:
- Viejo… aquí está el Arturito, que ha venido a verte, como tu querías…

Entró entonces el joven caminando lentamente y ubicándose al pie de la cama.

Al verlo, el anciano hizo un esfuerzo supremo y se sentó en la cama. Con voz enronquecida le gritó:

- Infeliz, desgraciado… No me quería morir sin maldecirte…

Luego se desplomó sobre el lecho, para no levantarse más.

La comadre Clotilde acompañó en todo momento a la viuda en el cementerio.

- Puchas comadre, que ha sufrido Ud., le expresó. Pa´ peor, hacer venir al Arturito pa` puro insultarlo.

- Lo que pasa, comadre, es que Pancho me lo puso como condición pa’ firmarme el testamento. Contestó Margarita.

- Aún así, comadre. Insistió Clotilde. Debe haber sido muy duro para el niño ver a su padre así y más encima recibir sus maldiciones.

- Pa’ ná, comadre. El Arturito está trabajando muy bien en el norte. Así que hablé con un muchacho joven algo parecido que trabaja en el fundo vecino, y le pasé unos pesos. Total, el viejo estaba tan enfermo al final, que no se dio ni cuenta del cambio. Ahora la dejo comadre, porque tengo que ir a recibir las condolencias.


Pepe Arjona
2009

La carreta


Antes del mediodía, al trote lento de un paciente caballo, iba una carreta. Se dirigía hacia la montaña, por un callejón flanqueado por zarzamoras y sauces. Perros bravíos salían desde los desvencijados portones de las casas de adobe, a defender lo que ellos estimaban, eran sus territorios.

La cansada carreta, estaba cargada con atados de cebollas y zanahorias, los mismos que, antes de la madrugada, llevaba en dirección contraria, hacia “La Vega”, lugar en que debían ser rematados.

En la cara del campesino que conducía se podía percibir que el costoso cargamento, por alguna razón, no había sido vendido.

Al costado de las zarzamoras, parado junto a una acequia que salía del maizal del tío “Cheo”, le saludó levantando la mano, su alto y delgado vecino, don Ibán, de dignidad española como su nombre, personalidad rioplatense y picardía criolla. Descendiente directo del distinguido señor que le dio el nombre a la polvorienta y a veces gredosa calle “José Arrieta”. El campesino, apurando al rocín, le devolvió el saludo con un gesto leve, intentando evitar que este inquisidor caballero adivinara su tristeza y el motivo por el cual regresaba a casa con la carga.

Al llegar a la calle “Tobalaba” observó el aparentemente quieto canal San Carlos.

“¡So! ¡So!”. El campesino detuvo su caballo ante unos niños, se apeó y les entregó algunos atados de zanahorias. Lo que pudieran llevar.

Desde la orilla del canal miró alrededor de algunos minutos, por si se acercaba alguien más. Luego, con decididos movimientos, botó al agua lo que aún quedaba en la carreta, incluyendo unas pocas lechugas.

Meditabundo, parecía que en el líquido turbio por los sedimentos, sumergía además sus penas y frustraciones. Finalmente, dio un hondo suspiro. Sus únicos testigos fueron la cordillera, que aún lucía los bordados blancos que le dejó el invierno, y el sol, que le castigó bastante el esfuerzo.

Aliviado, volvió a su carreta, apuró con las riendas y chasquidos al leal jaco y se dirigió a su casa de adobe pintada con cal, de tejas envejecidas, de largos parrones.

Al llegar, el perro saltaba, ladraba, movía la cola. Molestaba con insistentes ladridos al caballo. Se entendía que eran alegres saludos.

Su esposa, doña María, frente a una artesa, miró por el rabillo del ojo la carreta vacía y, con una casi imperceptible sonrisa siguió lavando, pues el almuerzo ya estaba preparado. Ella se sentía orgullosa, porque el “Mota” siempre había vendido toda su cosecha.


Oscar Concha Mena
2009

Charrones


La mañana estaba tranquila, todos corrían y se afanaban en sus respectivas tareas. La abuela picaba unas verduras con el temible cuchillo de acero alemán que preparaban los hombres especialmente para carnear. Varias limas, una piedra, tres o cuatro enormes cuchillos, un agujero en la tierra justo debajo del mesón del sacrificio, para recibir la sangre y algunos otros implementos formaban parte del ritual que les mantenía muy ocupados por largo rato, hasta que finalmente todo estaba en orden.

El enorme cerdo permanecía en un rincón, sobre el banquillo de los sacrificios, con las cuatro patas atadas al centro como un ovillo y tratando de respirar a pesar del ajustado bozal de coyundas, que le mantenía las mandíbulas presionadas firmemente para evitar que sus guarridos alteraran la delicada salud de la abuela. Mientras tanto, los hombres preparaban el fogón y se pasaban el mate de uno en uno para succionar su contenido, hasta extraer el alma de la pequeña vasija de calabaza. Era un animal extremadamente grande y a pesar de la posición de dominado en la que se encontraba, no parecía resignarse a permanecer atado y menos a soportar esa sentencia de muerte.

La niña se acercó lentamente y quedó paralizada por un par de segundos, viendo la dificultosa respiración del cerdo que trataba de zafarse, dando fuertes tirones con sus patas atadas, mientras emitía unos profundos resoplidos que emergían de una contracción de su estómago. Cogió una pequeña rama de ciruelo y se acercó aún más hasta quedar atrapada en el ruego de los ojos del animal. No lo pensó dos veces, se acercó aún más y hundió la delgada ramita en la gorda panza resollante del chancho, que rebudió y se revolcó hasta caer del encatrado.

Era una niña de unos ocho años, demasiado pequeña para su edad, con largas y enmarañadas trenzas en las que un Chercán bien podría hacer su nido por equivocación. Sus ojos enormes y negros como uva reflejaban el miedo permanente debido a los severos castigos que le propinaba su abuela por la más mínima falta, cuyo propósito correctivo debía aminorar los efectos en su alma y curar más rápido las enormes marcas en sus nalgas.

El cerdo así atado de patas, retorciéndose en el suelo y dando brutales gruñidos que podían oírse a kilómetros, despertaron la ira de la abuela quien se acercó rebenque en mano para aplicar su feroz correctivo. La Panchita se retorció de dolor y suplicó – Ya no lo haré nunca más, abuela por favor, ya no lo haré más!! El dolor y la angustia de la golpiza, provocaron una gran fiebre que le impidió levantarse de su cama por el resto del día. No volvió a comer y no pudo salir a ver la luz del sol, permaneciendo bajo las frazadas y la cobija de plumas.

Era época de verano y los no menos de treinta grados de temperatura en conjunto con la elevada humedad del ambiente durante el día, sumado a las gélidas noches, provocaban mareos y sofocos a la asmática abuela, que amenazaba permanentemente a sus hijos con morir de un ataque cardiaco cada vez que las cosas no salían a su entero parecer. –¡!Me muero- me muero!! -¡Si ustedes me quieren matar!!- Chillaba permanentemente para mantener la atención hasta en sus más mínimos caprichos. Nadie siquiera se atrevió a preguntar por la niña después que ella le propinó aquellos cinco rebencazos, cuyas huellas visibles podían contarse sin dificultad en la pequeña espalda. Seguramente cuando sintiera hambre saldría de su escondite para comerse todo lo que encontrara a su paso, sin dar la menor señal de recordar lo acontecido y todo el mundo comenzaría nuevamente a soportar sus maldades.

Desde que llegó a vivir con su abuela, el mundo parecía haberse detenido para ella. Le costaba mucho comunicarse, casi había dejado de hablar y hasta había olvidado el nombre de cada cosa, de modo que su lenguaje se reducía sólo a unas pocas palabras. Comenzó a orinarse en la cama y por temor al castigo prefería permanecer muy quieta en el mismo lugar para que la orina no se enfriara y se hiciera menos desagradable permanecer recostada sobre la dura payasa de paja mojada, hasta que llegara la hora de levantarse.

Había transcurrido una buena parte del día y su estómago comenzó a rugir fuertemente por el hambre, mientras permanecía bajo esa humedad putrefacta e hirviente de sus cobijas, respirando con mucha dificultad. Habría podido levantar un poco las frazadas para dejar entrar el aire fresco, pero la enorme angustia que atragantaba su pecho y el dolor de las heridas producidas por el rebenque de la abuela, le impedían tener fuerzas para hacerlo, obligándola a permanecer boca abajo, en esa cueva con olor a sangre y fetidez de pichí.

Sin darse cuenta, comenzó a respirar más lento y en la medida que el calor aumentaba, la entrada de aire a sus pulmones se hacía más acompasada y su necesidad de oxígeno se iba tornando menos urgente. Comenzó a respirar a intervalos, lo que permitía su estadía allí, mientras las horas pasaban y su cuerpo afiebrado, sin alimento ni agua, perdía las fuerzas por completo.

Parecía que había transcurrido mucho tiempo; el mal olor y la falta de aire estaban disminuyendo el dolor y ya casi no sentía su cuerpo recostado siempre en la misma posición. Aún podía percibir a la distancia los pasos de la abuela dando vueltas por la cocina sin percatarse de lo que ocurría. Jamás se había preocupado demasiado de Francisca excepto para propinarle severos castigos, pero en general, la niña no se aparecía por la casa durante el día por lo que su abuela casi nunca notaba su ausencia.

Trató de acomodarse lo mejor que pudo, pero estaba tan afiebrada y cansada que no podía moverse y su pequeña mente comenzó a desvariar. Soñó que tenía unas enormes alas azules como el cielo de la montaña y su cuerpo era tan transparente como el agua. Voló directo a la orilla de un río y juntó sus dos manos formando una tacita para retener agua y beber. Bebió a grandes sorbos mientras observaba embelesada que a través de su cuerpo transparente podía ver como el agua corría desde su esófago hasta su estómago y hasta podía distinguir como algunas gotitas se dispersaban a lo largo de sus brazos y piernas e iban refrescándole lentamente. Continuó bebiendo por largo tiempo, pero la sed nunca cedía y cada vez necesitaba más agua para evitar que los rayos del sol quemaran su piel y sus delicadas y resecas alas ardieran como maleza seca. Observó que había muchos como ella en la orilla del río y todos trataban de refrescarse lo más rápido que les fuera posible para evitar la combustión de sus delicados cuerpos. A la distancia podía ver a alguien que no logró mantenerse fresco y se desvanecía lentamente, envuelto en una llama azul profundo como el color de sus alas.

Había bebido tanta agua que sentía su barriga cada vez más hinchada hasta que comenzó a inflarse como un globo transparente. Todo su interior estaba desapareciendo lentamente en la medida que su cuerpo se inflaba. Sintió el dolor de su cuerpo estirado, pero no podía dejar de beber, por lo que decidió lanzarse a las aguas del río. Durante la caída pudo ver los rostros aterrados de los que permanecían en la orilla. Sus dedos transparentes y sus piernas desaparecieron al sólo contacto con el agua cristalina, mientras su panza inflada permanecía flotando y dando tumbos con la corriente del río. Debía preocuparse especialmente de sus alas, para poder volar y de mantener la cabeza fuera del agua para no desaparecer, pero estaba demasiado cansada.

Se sintió perdida en la medida en que la corriente arrastraba la diáfana bola de su cuerpo río abajo. Observó los rostros desesperados de los otros seres que se encontraban a la orilla, tratando de alcanzar su mano para sacarla del agua, pero era imposible por la rapidez con que se deslizaba. Pensó que sería mejor morir ahora, porque su abuela le daría una gran paliza nuevamente si descubría que había mojado su ropa.

Francisca permitió que la corriente del río continuara en su tarea de arrastrar su cuerpo inflado y comenzó a sentir un agradable placer. Era como una hoja de otoño que cae al agua fría y se deja llevar suavemente, con la libertad cristalina y la prisa relajada del agua que sigue su caudal sin inmutarse. Sintió la imperiosa necesidad de orinar, pero era imposible; cualquier movimiento podía provocar que su cuerpo redondo girara y girara sin parar hasta ahogarla. Intentó asirse de una mata de junquillos que había logrado sobresalir desde el fondo del río, pero fue inútil y aquella terrible sensación de escalofríos por su vejiga repleta de orina estaba torturándola, sin lograr que el líquido fluyera de su interior. Estaba demasiado extenuada y aún así volvió a intentarlo, logrando que las primeras gotas comenzaran a salir y se mezclaran con el agua dejando una estela de color amarillo tras de sí. Una agradable sensación de relax inundó su adolorido cuerpo, en la medida que eliminaba una gran cantidad de ese líquido tibio que se diluía lentamente, hasta que la tormentosa necesidad de orinar cesó por completo.

Despertó muy asustada. - ¡Ahh, era un sueño! - pensó. El espacio caliente y hostil bajo las frazadas de su cama era mucho más difícil de soportar que esa mañana. Intentó cambiar de posición porque sus brazos estaban completamente adormecidos y casi no podía mover su cuello, pero las heridas en su espalda aún dolían y sus fuerzas se habían extinguido. Sintió su cuerpo empapado y aunque aún permanecía inmersa en el extraño mundo de su sueño, pudo darse cuenta que una vez más había mojado su cama. Trató de acomodarse, pero su cuerpo sin fuerzas no respondía, sus ojos volvieron a cerrarse y nuevamente cayó en un profundo sueño.

Comenzó a acercarse lentamente al mesón en que se encontraba el cerdo y se sintió como hipnotizada por los extraños ojos del enorme animal, que permanecía alerta a cualquiera de sus movimientos. Estaba allí indefenso ante ella, como esperando su indulto. Pensó en su abuela. En la cantidad de veces que ella misma se sintió como ese desgraciado chancho y suplicó con los ojos para que no la golpearan, pero no la escuchaban, prefería no gritar y jamás una lágrima. Se quedó allí con su alma y su cuerpo envueltos en la humedad transparente de esos dos enormes ojos que la miraban desde lo más profundo de su angustia de bestia atada. El mundo comenzó a girar y girar y su cuerpo estaba tan liviano que la brisa de la tarde la mecía delicadamente en el aire, dando vueltas, transportándola directamente a la oscuridad y suavidad de los enormes fluidos viscosos de los globos oculares del cerdo. Comenzó a hundirse lenta y suavemente, dejándose atrapar por la agradable sensación que la transportaba como en un pequeño velero de papel, mecido por la brisa de verano, por esa vertiente fresca y redonda que se ensanchaba para recibir su cuerpo.

La fiebre y el sueño continuaban. La Panchita trató de despertar de su letargo y se incorporó levemente para despejar su mente. De pronto descubrió las manchas negras y blancas en su piel, unos pelos cortos y suaves cubrían su cuerpo y sus cuatro patas atadas en un solo nudo, mostraban su gran panza al sol, tirada sobre el banquillo del sacrificio. Giró su cabeza y ya no era la misma, todo su cuerpo había cambiado y sentía un dolor agudo en las muñecas, producto de las amarras, intentó zafarse, pero era imposible. Siguió los pasos lentos de la abuela desde su incómoda posición y nada en lo inmediato parecía haber cambiado. La anciana continuaba picando las cebollas y el ajo para adobar las longanizas, y preparaba los aliños necesarios para el jamón, según la receta tradicional de la familia. El cuchillo carnicero recién afilado permanecía clavado en el tronco del ciruelo listo para cumplir su tarea, una gran olla de hierro parada en unas diminutas patas como tetillas de vaca, calentando el agua y los hombres aún bebían grandes sorbos de mate cerca del fogón, que de tanto en tanto daba destellos de llama de color naranja profundo.

Cerró los ojos con fuerza y decidió no ver tales preparativos.

De pronto la abuela recordó que hacía muchas horas que no veía a la Mocosa, después del severo castigo que ella misma le había propinado. Preguntó a sus hijos, pero ellos nunca estuvieron menos interesados por alguien, de modo que ni siquiera sabían que la Panchita no había estado en la casa por algún tiempo. Se sentó y comenzó a hurgar en su mente para recordar la última vez que vio a la niña, pero sólo podía recordar el castigo. Miró desde la entrada del pequeño cobertizo oscuro en el que la niña dormía y al que jamás volvió a entrar, desde que vio una enorme ratona escurriéndose por entre los rincones. Se paraba frente a la puerta y de allí gritaba –Pancha!!- Ven a comer!!. Sólo que esta vez llamó varias veces y nadie respondió. –¡Habrá salido a patiperrear como siempre!. Pensó.

Eran como las cuatro de la tarde y el cerdo había permanecido atado suficiente tiempo como para que estuviera calmado y la sangre fluyera con mayor facilidad, requisito indispensable para que la carne quedara blanda y tierna. La abuela y sus hijos comenzaron la faena sin perder el tiempo antes que anocheciera y ya no hubiera suficiente luz de día para preparar el "Chau-Chau", como le llamaban a un cocimiento de trozos de pana, hígado y algunas menudencias que era la primera comida para reponer fuerzas, después de trabajar arduamente en pelar y trozar el chancho. Germán se acercó, cuchillo en mano y dispuesto a la faena, según correspondía al hijo mayor, pero algo en los ojos del animal lo paralizó por unos instantes y le hizo temblar la mano, liberando la presión sobre el cerdo que comenzó nuevamente a tratar de liberarse de las amarras. -¿Qué les pasa a Uds, cobardicas? - preguntó la anciana enfurecida, -¿No han visto nunca la cara de un chancho antes de morir, acaso?.- !Pásame el cuchillo Germán, que lo haré yo! - Y clavó el enorme cuchillo, justo en la yugular dejando un boquete por donde fluía libremente la sangre y caía directamente al agujero que había en el suelo. Los hombres forcejeaban fuertemente para impedir los últimos movimientos del enorme animal. De pronto, el cerdo dejó de moverse. Sus grandes ojos negros permanecieron muy abiertos hasta que un brusco corte abrió completamente el boquete en su cuello y terminó rasgándolo de lado a lado, permitiendo que su cabeza completa rodara justo dentro de la olla con agua caliente.

Cuando todo estuvo listo, había caído la noche y hacía un frío intenso, de modo que la abuela y sus hijos se reunieron alrededor del fogón, alumbrados por un par de chonchones a parafina que habían colgado bajo del ciruelo. Una enorme fuente con sopaipillas y los infaltables chicharrones, se freían en el fogón. La noche estaba bastante oscura y por alguna razón, la luna no apareció temprano como ocurría regularmente. - Parece que va a llover mañana! dijo la abuela. - !'tá comenzando a refrescar la noche y 'ta demasiao escura!- ¡Abríguese poh má! Indicó uno de sus hijos, mientras arropaba a su madre con ese viejo chaleco de lana de oveja que usaba todas las noches desde que tenían uso de razón y que parecía no haber sido lavado jamás desde que ella misma lo tejiera. - ¿Y 'onde 'stará la Pancha que ni siquiera viene pa' comer?- Pero tampoco sus hijos la habían visto, y en sus ojos y rostros se reflejaba la desidia que esa niña les provocaba. Recorrió el lugar si darle mayor importancia y se sentó alrededor del fogón. Muy pronto ante la vista y olor de la comida, la niña fue olvidada una vez más.

Mientras comían en silencio, una fuerte brisa pasó por la casa y remeció las ramas del ciruelo, haciendo rodar los chonchones por el piso, dejando todo a oscuras. Sólo podían distinguirse diluidas siluetas alargadas a la lumbre del fogón y los enormes ojos abiertos en la cabeza cercenada del cerdo que parecían observar desde la olla hirviente. De pronto escucharon el graznido escalofriante de un enorme pajarraco que sobrevolaba la casa, aterrorizando a la anciana y a sus dos hijos, en aquella negra noche. -¡Tue, tue, tue, tue !!- el vozneo incesante infundía tal miedo en la abuela y sus hijos que permanecían en su lugares sin atreverse a realizar el más mínimo movimiento. !Ofrécele chicharrones Germán, antes que se moleste con nosotros! - gritó la abuela tratando de escapar de la sombra de aquel atemorizante animal volador cuyo aleteo provocaba el crepitar del fogón y hacía sombra sobre la cabeza del cerdo que daba vueltas en la olla hirviendo.

!Si querí' vení' a tomar mate con no'otros!- gritó uno de los hombres, a sabiendas que el diabólico pajarraco nocturno tenía una especial predilección por este brebaje a orillas del fogón. Tue, Tue, Tue, volvió a graznar nuevamente y se alejó, dejando a la anciana y sus hijos sumidos en el más profundo terror. Aunque nadie había podido ver jamás a esta tétrica criatura, todos en el pueblo conocían la historia del brujo de la montaña que hacía crecer sus alas durante la noche, para sobre-volar las casas dejando tras de sí una estela de desgracias y problemas. El castigo podía tal vez ser mucho peor, si se le demostraba que no era bienvenido. El miedo se apoderó de la familia, por unos instantes, mientras esperaban que el brujo apareciera aceptando la invitación a tomar mate. La abuela comenzó a rezar y a ofrecer todo tipo de sacrificios a Dios, incluyendo el preocuparse de la Pancha, pero nada pasó y finalmente cansados, los hijos se retiraron a dormir, mientras la abuela permaneció sentada cerca del fogón hasta dormirse profundamente.

Cuando la Panchita despertó, ya había transcurrido una buena parte de la noche y hacía mucho frío. Las cobijas de su cama estaban menos calientes, pero era casi imposible respirar por más tiempo en ese letífero cochitril. Las heridas provocadas por el rebenque de su abuela, ya no dolían tanto, pero la fiebre continuaba atacando su pequeño cuerpo.

Se estremeció de frío, aunque su hambre pesó mucho más y decidió levantarse e ir a la cocina a ver si había algo para comer. Los preparativos para la muerte del chancho le recordaron unos deliciosos y jugosos trozos de carne o algunos chicharrones, que seguramente estarían esperando por ella en la olla de hierro sobre el casi apagado fogón. De seguro a esa hora estarían todos dormidos y podría obtener un poco de comida. Trató a tientas de encontrar su ropa pero fue imposible, de modo que sólo envolvió su cuerpo de cabeza a pies con el viejo chamanto negro que le servía de cubrecamas y comenzó a caminar con mucho cuidado para no hacer ruido. Se deslizó a hurtadillas por el patio siguiendo el destello de las brasas encendidas en el fogón. Casi no era posible distinguir su esmirriado cuerpo envuelto en ese extraño ropaje negro. La noche estaba demasiado oscura y la luna parecía haber decidido permanecer dormida, dejando que el frío de la escarcha nocturna congelaran la respiración de la niña, convirtiéndola en un enorme halo de vapor que fluía como un volcán a través del deforme orificio que había dejado en el chamanto, frente a sus ojos y nariz, para poder respirar y ver por donde caminaba.

Definitivamente no esperaba ni quería encontrarse con nadie a esa hora. Era preferible que no la vieran porque tenía mucho miedo a tener que soportar que las enormes manos rojizas de su abuela, la golpearan nuevamente. Sin embargo, en ese momento, sólo pensaba en comer y la oscuridad de la noche parecía ser su mejor aliada. Se acercó sigilosamente hacia la olla que se encontraba a la orilla del fogón. Entre la penumbra, vislumbró el enorme cuerpo de su abuela, desparramado sobre una silla, durmiendo profundamente, abrigada con su grueso y sucio chaleco de lana de oveja de color pardo que parecía endurecido en la manga por la gran cantidad de grasa de cerdo adherida. Su cuerpo se paralizó por el miedo, pero se sobrepuso de inmediato y con una voz muy profunda dijo - "!qu’edo 'charrones!" -

Un escalofríos de terror se apoderó de la anciana al despertar bruscamente y encontrarse con esa extraña figura parada en frente de sí. El chamanto negro, el frío húmedo de la noche y la condensada respiración de la Panchita, fluyendo como un pequeño volcán desde su boca, conformaban la temible visión del Brujo que venía a aceptar la invitación al mate, lanzada al aire por uno de sus hijos y su corazón esta vez, de verdad, no pudo soportar la impresión.

Tue- Tue Tue, una gran nube negra cubrió nuevamente el cielo y la sombra de las alas abiertas del animal dibujaban extrañas figuras que se reflejaban en todo el patio de la casa, mientras el viento avivaba las brasas del fogón que chisporroteaban en todas direcciones.

La niña miró hacia el cielo y trató de enfocar sus ojos en la oscuridad, encontrándose de frente con los negros y brillantes ojos de esa enorme ave que sobrevolaba el techo de la casa. Un escalofríos de pavor estremeció su pequeño y adolorido cuerpo y corrió a esconderse lo más rápido que pudo, pisoteando y enredándose en las largas esquinas del chamanto que la cubría.

Mientras tanto, un grito ahogado de terror salía de la boca entreabierta de la anciana, cuyo corazón no pudo resistir el impacto de la temible visión del brujo, parado allí justo frente a ella y se desplomó violentamente al piso, hundiendo su gigante y rojiza mano en las brasas aún calientes del fogón, las que inmediatamente hicieron combustión ayudadas por el viento y el grueso puño sucio de su chaleco de lana del que emergían grandes llamaradas.

La Panchita permaneció toda la noche bajo las frazadas, sin poder dormir por el hambre y el miedo, mientras el canto de esa extraña ave resonaba en sus oídos tue, tue tue tue, y percibía en el aire un delicioso olor a chicharrones...


Josefa Nahuelpán
2009

Puñeteril

Se tomó la cabeza con sus dos manos y se tendió en el banco. Sus piernas cortas cabían perfectamente a lo largo de él. Su pelo tieso y negro brillaba en la suave penumbra que iluminaba sus rasgos, con una incipiente barba sin afeitar. Sus anchos hombros se estremecieron… la música seguía sonando, con profundos bajos, que hacían temblar los vidrios de la pieza de madera, que servía de comedor y salón de "fiestas". Los demás concurrentes bailaban con sus vasos de Ron con Coca-Cola al ritmo de la música del grupo "La Noche" de moda en ése verano, en "Puñeteril" . Trató de levantarse, todo le daba vueltas… la canción ya terminaba… él era el DJ… trató de fijar la vista…ahí fue cuando sintió que algo pegajoso bajaba por su cara…y vio con horror que el mismo líquido escurría por los comandos de su ecualizador….movió la cabeza con energía, se incorporó de un solo salto y agarró con fuerza el brazo del corpulento hombre que en ése minuto bailaba con su vaso en alto cerca de su equipo:

-¡¡¡Hijo de la gran puta….!!! Sacando un afilado cuchillo de entre sus ropas…

-¡¡¡Qué te pasa huevón!!! Tratando de esquivar el arma… moviendo su cuerpo de metro noventa con gran rapidez, a pesar del alcohol… ¡¡¡No pasa nada… ¡¡¡tranquilo!!!, con voz educada… le decía -

-¡¡¡Me cagaste mi equipo!!! Te mato hueón¡¡¡

El cuchillo pasó raudo cerca de su voluminoso abdomen…

-¡¡¡Te mato hueón!!!¡¡¡¡ Cuico de mierda!!!

-¡¡¡Tranquilo huevón, no pasa nada!!!! Gritaba... mientras trataba de sujetarle los brazos.

En eso, el más pequeño se movió rápido y apareció por la espalda del fornido hombre…

Afuera la oscuridad se hacía más profunda y sólo se escuchaba el suave golpeteo del agua en el fiordo, en esa inmensa soledad…


Marisol Perez
2009

Casita de perro






- Mira mamá que linda la casita ¿Cuál? - dice su madre.

- La que está atrás de la roja y al lado de la azul. Mamá, si tuviéramos una casa, ¿me dejaría tener un perrito?

- Si tu papá tuviese para comprar una, tal vez.

- Y como le pondríamos,

- Le pondría Comotú.

- ¿Se llamaría como yo?

- No, se llamaría Comotú.

Luisito no comprendió a su madre pero no volvió a preguntar. Luis le había comentado a su padre que quería tener un perro según él, de los que dicen que son policiales, también le enseñaría y que le obedeciera, y le contestó que no, porque hacen mucho gasto y comen mucho.

- Mami, ¿ yo puedo tener un perrito policial?

La madre riendo -dice- claro, donde nosotros vivimos, él podría ser feliz y más, si tiene dentro la hermosa casita que escogiste, pero nosotros quedaríamos con la mitad del cuerpo afuera-hijo ya vamos, tenemos que bajarnos. El niño la sigue sin dejar de pensar en la casita blanca que había visto a través de la ventanilla de la micro. Mientras camina abstraído en su pensamiento, aprieta más fuerte la mano de su madre sobresaltado ai escuchar de improviso muy cerca de él el ladrido de un perro; a! verlo se acerca a la reja de la casa aunque éste le ladra amenazante.

Mira mami,- dice Luisito muy entusiasmado, éste también me gusta es crespito y blanco como la casita, él no comería tanto como dice mi papi.

La mujer continúa caminando sin decir palabra mientras el pequeño comenta que le enseñaría como lo hacen los carabineros, lo acostaría en su cama y dormiría con él. Sin embargo, ella no responde. Como decir a su hijo que pasaría mucho tiempo en que talvez pudiera ver realizado su único sueño, pero no estaba sólo lo de su hijo. Si alguna vez lograba tener una casa, sería muy reducida sin espacio quizás para tener un perro y seguramente sin derecho a escoger una como el niño deseaba para su perro. Empezaba a oscurecer, después de caminar unas cuadras divisaron banderas en carpas y piezas construidas e improvisadas con cualquier material que los cobijara. La mujer caminó hasta allí y entró en una de ellas con su pequeño Luisito.


Nelly Valenzuela
2009

Con los roles difusos

El hombre comprimía velozmente las teclas de su computador, con el ruido típico de los que escriben sin mirar. La novela estaba en su primer tercio y la imaginación del autor tenía a los protagonistas del episodio en una fiesta de matrimonio. Clemente, conoce allí a una mujer neurótica que lo mira de arriba abajo, como si fuera un objeto. Ella le habla incesantemente, lo mira con deseos, lo halaga, y esto naturalmente le produce un rechazo. Cuando él voltea, ella lo persigue con insistencia. Ella le pide que bailen.

Entonces él se larga de la fiesta, pero cuando sale es abordado violentamente por un individuo siniestro que lo sujeta del cuello, mientras siente el cañón de una pistola en su vientre.

- Mira desgraciado, a mi prima nadie la va a ofender. Regresa y pídele disculpas. Tómale su mano.

Sé amoroso con ella. Hazme caso, de lo contrario a la salida serás hombre muerto. ¿Lo vas a hacer?

Te vuelvo a insistir que lo vas a hacer.

Clemente, muy serio, enfadado, asiente con su cabeza, sólo para salvar el pellejo.

Mientras el escritor daba rienda suelta a su imaginación, siente que golpean fuerte a su puerta.

- Clemente ¿Por qué tan serio? ¿algún problema?

- Desgraciado, el lío en que me has metido con esa mujer y el primo loco. No me gusta esa parte.

No me puedes obligar a pasar por esto. Un buen escritor no hace eso con sus personajes. Sácame al loco y escribe la última parte de nuevo.

-Yo creí que la estaba escribiendo bien, fundamentada…, pero si tú prefieres, la cambio.

Clemente apareció ingresando nuevamente a la fiesta. Fue al baño, se mojó el rostro con agua y salió a buscar a la mujer. Miró por todos lados y no estaba. Se había esfumado.

Paseó con un trago en la mano y su mirada fue a una mujer hermosa, madura, que le sonrió. Se acercó, conversaron, entraron en intimidades y ambos abandonaron la fiesta juntos.

Despertó en un departamento desconocido, se levantó y tomó una ducha. Estaba vistiéndose, cuando escuchó que el marido regresaba de un viaje de ventas.

-Voy a tomar un baño, querida. Luego me sirves el desayuno, porque vengo con mucha hambre.

Clemente comenzó a sufrir, no conocía el lugar, no sabía donde esconderse y tampoco quería delatar a esa mujer tan cariñosa que lo había tratado tan bien.

Ana, por su parte comenzó a pasarlo pésimo, no sabía si su marido descubriría al intruso, porque en ese caso, ella quedaría muy mal.

Continuaba el escritor avanzando en su obra, cuando nuevamente le tocaron su puerta.

-Ana ¡que rostro tan agrio, siendo tan linda! ¿a qué debo tu visita?

-Oye ¿tú no tienes en la cabeza otra cosa que meterme en problemas? Me hiciste conocer al hombre de mis sueños, tuvimos un fogoso romance y permites que inesperadamente regrese mi marido.

¿No lo puedes hacer regresar en un par de días?

- Momento Ana, yo soy quien escribe la novela. Tú eres un personaje que viene a reclamar porque no te gusta la trama. ¡No!…, eres demasiado osada.

-Entonces me niego a seguir en tu reparto. Reemplázame por otra.

- Bueno… bueno, voy a tratar de reescribir esa parte, pero regresa al cuento.

Ana salió de su despacho cerrando violentamente la puerta, dando a entender su indignación e ingresó nuevamente a la fiesta del matrimonio. Allá vio que un señor de sus años le hizo una venia y se acercó con una delicadeza muy afeminada. Charlaron, brindaron y más tarde, el viejo ofreció llevarla en su automóvil con chofer.

Cuando salía, reconoció al hombre con que había pasado la noche. Estaba conversando con otra dama.

Llegaron a su casa, el chofer le abrió la puerta y ella agradeció al hombre rico por traerla de regreso.

Se metió a su cama, vio televisión y luego se quedó dormida.

En la mañana, bien tarde, sintió que regresaba su marido mencionando que iba a tomar un baño y que traía mucha hambre.

El escritor sintió que había llegado a un momento en que sus ideas se agotaron. Tomó desayuno, se bañó, vistió y salió a caminar por el parque, en busca de nuevos aires para su novela. Allí comenzó a mirar a las personas, fijarse en sus rostros, sus vestimentas, cuando de pronto divisó a Clemente, que venía en sentido contrario.

En el momento de cruzarse, él balbuceó -Clemente ¿qué haces por aquí?

-Lo mismo que tú, paseando.

-Pero… yo no he escrito esta parte aún, donde tú paseas por el parque.

- ¿Tú estás trabajando o escribiendo ahora?

- No, yo sólo estoy paseando

- Bueno, yo también en mis horas libres ando por donde me gusta, buscando alguien con quien hablar.

- Sentémonos a conversar entonces. Así, yo te cuento lo que tengo en mente y tú me dices qué te parece. Dos cabezas piensan mejor.


Wiriyo
2008

jueves, 3 de diciembre de 2009

El Donante


Creo que ya está volviendo de la anestesia. Ya era tiempo. Me tiene inquieto esta situación, que no sé que habría pasado si este anciano no se despierta. Creo que al doctor Sanfuentes le pasaba lo mismo, porque a cada instante se asomaba a preguntar si ya habría vuelto. Desde la puerta movía la cabeza y de nuevo se iba a tomar café y a conversar con sus colegas.

Lo bueno es que no han dejado pasar a sus familiares. Por lo que he podido escuchar de los médicos, de las enfermeras o de lo preguntan por teléfono han sido realmente cargantes y atosigadores con esto de querer saber todo sobre la operación. Absurdo, porque si dicen que tuvieron que esperar tanto para encontrar un donante, al menos ahora deberían dejar tranquilos a los médicos y permitirles que hagan bien su trabajo. Total, con toda sus visitas y preguntas, es poco lo que podrían aportar.

- ¿Cómo se siente don Alberto? - pregunta el doctor Sanfuentes cuando se le acerca. El aludido tan solo hace un movimiento imperceptible con la cabeza y levanta levemente las cejas - descanse, pero trate de no volver a dormir - dice y comienza a examinar todas las máquinas de monitoreo.

- Creo que va a estar bien muy luego - le dice el doctor Segovia, brazo derecho de Sanfuentes. Pero éste parece no escucharlo ensimismado en la idea de sentir mis latidos, en la punta de sus dedos puestos sobre el tórax del anciano o en sus oídos a través del estetoscopio.

- Sí, se escucha suave, pero bien - dice, y yo, y el anciano, exhalamos un mismo suspiro de alivio.

- La seguridad que da un corazón joven, pues doctor - le dice Segovia, pero Santuentes parece no escucharlo, absorto en comprobar la simetría de los latidos.

Joven, sufriente y valiente corazón, debió haber dicho Segovia. Creo que mi vida no fue nada fácil. La alimentación deficiente, el licor, el tabaco y la vida de miserias en que viví durante veinte y tres años, no es algo de lo que debería vanagloriarme. Además, en un momento creí que me moría junto a Maldonado. La puñalada me pasó casi rozando. Creo que pude hasta sentir el paso del metal cortando carnes, tripas, arterias... todo. De todas formas, creo que la cosa nunca fue mejor que eso.

- ¡La ambulancia! - gritó el jefe de la guardia - eso fue lo que me salvó.

- Hay que salvarle el corazón a este culiao, dijo el camillero. El gueón vale callampa, pero dijeron que era donante, así que vamos a ver qué sucede... y se tomaba su tiempo como esperando que Maldonado dejara de una vez por todas de respirar. Y así fue que solo en el instante que ello ocurrió, se instaló en el vehículo y atravesó como una tromba las calles vacías de la medianoche viñamarina.

Hay partes que no recuerdo. Sólo tengo en la memoria, como algo verdaderamente increíble, el momento en que el doctor Sanfuentes me tomó y me introdujo en medio del pecho de don Alberto. Me sentí asfixiado, sin sangre, inerte... una sensación increíble. Mucho para un solo día; la pelea, las puñaladas, la muerte de Maldonado... y luego, casi, la mía. Sí, porque en un momento juro que estuve muerto. Creo que la sangre de don Alberto fue lo que salvó, o la máquina de bombeo... no sé. ¿Cómo podría saberlo si estaba muerto y cuando volví estaban todos hablando, dando órdenes y moviéndose como enajenados?

- Este, don Alberto es un tipo con suerte - Se lo escuché decir a su yerno.

- Viejo e'mierda, no se murió. Creí que no iba a alcanzar a esperar donante - agregó.

- La plata, mi viejo, la plata, con dinero se compra cualquier cosa... - dijo su compañero.

El viejo dormía y yo escuchaba.

- Lo bueno es que el corazón es de un delincuente, de un preso...

- Entonces, queda todo en familia - dice el otro.

- Sí. La vida es muy justa. Por lo demás, pienso que a todos los presos rematados deberían sacarles el corazón para dárselo a personas que lo necesitaran... por lo menos así Dios les podría perdonar sus pecados.

Me quedo pensando. ¿Cómo será este viejo? Tengo la sospecha que lo voy a pasar bien. Al menos no pasaré más pellejerías. Además, a los parientes ya les leyeron la cartilla. El viejo no puede hacer absolutamente ningún esfuerzo. Le prohibieron todo.

- Me siento como un auto cero kilómetro - dice el viejo cuando alguien lo llama por teléfono. Es mentira. Han pasado tres meses y sigue igual de asustado. Sí, yo sé mejor que nadie que tiene miedo de morir. ¿Y cómo Maldonado nunca le tuvo miedo a la muerte? Toda la vida arrancando, peleando, descolgándose de las murallas..., desde siempre..., desde lo que yo tengo recuerdos. En cambio este viejo delante de los demás se hace el bacán, pero en la noche se queda dormido rezando horas y horas para no morirse. Claro que a veces se le olvida su situación. Sobre todo cuando le pellizca el traste a la Rosita, la más joven de las empleadas de la casa.

- Mire como me lo tiene ..., todo moreteado - le decía levantándose el vestido - yo lo voy a acusar a la señora Juanita.

El viejo parecía solazarse con lo que la joven empleada hacía. Claro que de repente se llevaba la mano al pecho y se asustaba que yo estuviese tan agitado. Creía que con ponerme la mano por delante me iba a sosegar.

¡Sabía que esto, tarde o temprano tenía que pasar!... Los doctores tienen la culpa. Aunque le dijeron que se fuera con cuidado, pero el viejo no aguantó más.

- Yo creo que Ud. ya está bien, suegro, mi doctor dijo que como han pasado dos años desde la operación el cree que ya no habría problema.

Aunque no sé si fue lo que tomó o las magníficas curvas de su secretaria lo que lo mató. Yo sentí el golpeteo de la sangre convulsionada cada vez más a medida que ella se iba sacando la ropa. Y después cuando vio que el viejo se empezaba a poner morado la mujer salió corriendo a buscar ayuda.

Creo que ha sido demasiado tarde. Al hotel ha llegado todo tipo de servicios de urgencia, pero ya no se puede hacer nada.

Ahora que veo que mi vida se extingue junto a la de este viejo penso en Maldonado. Si él hubiera estado en vez del viejo, ¿qué habría pasado? Pienso muchas tonteras; un vendaval de ideas se me pasan en segundos por la mente.

- Viejo é mierda, ¡¿por qué se tuvo que tomar el viagra?!.


Armando Aravena
2004