viernes, 20 de noviembre de 2009

Martes 10 de febrero


- Viejo imbécil..., ¡desgraciado...! - Masculló entre dientes el hombre sin disimular su furia.

- ¡Estúpido...! - terminó antes de darle la espalda y sacudir los orines del zapato derecho.

El anciano sólo atinó a guardar su miembro lacio y empequeñecido dentro del pantalón y subir el cierre con la mayor rapidez que le permitieron sus dedos torpes por la borrachera. Con la mente inundada de ideas vagas vio al más joven caminar por la acera hasta desaparecer al doblar en la siguiente esquina.

Las mismas ideas estúpidas y vagas lo siguieron durante el trayecto; innumerables, que hervían en su cerebro sin conducirlo a ninguna parte, lo mismo que sus pasos indecisos que accidentalmente lo llevaron por el camino del joven.

Al doblar en la misma esquina sintió nuevamente esos compulsivos deseos de orinar, olvidándose de las ideas.

Apretando con su gruesa mano el miembro buscó un lugar apropiado para miccionar. Aproximándose lo más posible al muro, abrió torpemente el cierre del pantalón y sacó el pene. Cerrando los ojos, aliviado, sintió el sonido del líquido resbalar por la pared hasta el suelo y cruzar la lacera llegando al asfalto donde se evaporó lentamente.

Permaneció con los ojos cerrados y apoyado en el muro escuchando el ruido. El muro estaba tibio y quedarse allí resultaba placentero. La temperatura del sol inundó su cuerpo pesado y nuevamente algunas ideas confusas comenzaron a vagar por su cerebro...

-¡Por favor...! - exclamó una voz junto a su oreja y sintió la pesadez de una mano masculina en su espalda.

- ¿Mm? - preguntó, levantando la cabeza y abriendo apenas los párpados, mientras mantenía el pene apresado entre los dedos. El chorro ya había dejado de salir, pero no sabía hacía cuanto tiempo...

-...tápate, por favor... ¡tápate! - exclamó el tipo, intentando cubrirlo con la chaqueta mugrienta.

-¿Mm? - interrogó nuevamente el anciano, sin entender lo que estaba ocurriendo.

- Debes cubrirte o te llevarán detenido... - explicó, mirándolo de soslayo.

El anciano confundido lo vio alejarse por la acera. Cuando desapareció de su vista, comenzó torpemente a guardar su miembro dentro del pantalón y subió finalmente el cierre.

Permaneció varios minutos parado allí mirando sus orines e intentando descifrar lo que estaba ocurriendo; los brazos colgando a los costados de su cuerpo y la cabeza gacha. Un delgado hilo de saliva colgaba de la boca, enredándose en los pelos de la barba encanecida y algunos mechones grisáceos que le tapaban la arrugada frente.

Giró un cuarto de círculo y avanzó hacia el sur, hacia delante, siempre hacia delante, a trastabillones, pero hacia el frente. Al llegar a la intersección, bajó un pie a la calzada para continuar la trayectoria y una andanada de imprecaciones le golpeó la cara.

- ¡Cretino, fíjate por donde caminas, estúpido...!

El hombre quedó detenido en el lugar; un pie arriba y el otro sobre el asfalto; los garabatos resonaban en sus oídos y la imagen del joven permanecía impresa en su cerebro, congelada en el tiempo.

Estuvo allí con la barbilla pegada al pecho, mirando una mancha de aceite bajo su pié. Sus ojos enfocaron un punto enfrente de él: su zapato apoyado sobre el pavimento, los cordones desatados, la tintura desteñida.

-¡Por favor... por favor ...¡-recordaba el tono grave de aquella voz- ¡...por favor...! -y, cerrando con fuerza los párpados intentó eliminar el eco de su cerebro. -¡... tápate, por favor... !

Le pesaban aquellos vocablos como una roca sobre los hombros.

Giró manteniendo siempre un pie arriba y el otro abajo. Se balancea aún, pero recupera poco a poco el equilibrio y la memoria.

Los pensamientos ya son menos vagos y las ideas menos estúpidas y recordar la cara y el tono del joven lo tortura; sentir el peso de esa mano.

Subió su pie a la acera intentando desandar los pasos caminados. Aún a trastabillones, pero adelante, siempre adelante, está casi seguro que el bar lo espera media cuadra adelante; con la luminosidad que no hiere la vista como la luz del sol.

El eco de aquellas palabras aún retumba en sus oídos sin poder alejarlo de su cabeza. Empuñando las manos con fuerza entierra las uñas en la piel curtida de las palmas. Las heridas provocadas pronto le arden y eso le ayuda a olvidar la voz y la mano del joven presionando sobre su espalda.

Empujando con el antebrazo la puerta de vidrio oscurecido siente en el aire el olor a alcohol. A través de la luz tenue poco a poco puede ver la barra y las mesas vacías. Desde atrás del mesón, el barman lo ve entrar y levantar su mano ajada y rasguñada indicando con el índice su pedido. No hace falta hablar.

El whisky está servido en segundos sobre la barra y enfrente de él. Atrapa el vaso con un movimiento preciso, a pesar de la embriaguez, y lo levanta frente a sus ojos que miran a través del cristal hacia el fondo del recinto, pero sin reparar en nada.

-¡Lo siento..., hijo mío...! -exclama en un susurro rabioso y, empuñando con fuerza el vaso, traga de un golpe todo el contenido.


Eliana Ladrón de Guevara

2003

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