miércoles, 4 de noviembre de 2009

La Mancha






Parado frente al espejo del baño Alfredo apretó suavemente el nudo de la corbata. Luego dio un paso atrás , se contempló a sus anchas y sonrió complacido. Sintió que había acertado plenamente en el vestuario elegido. Incluso, pensó que estaba vestido con una elegancia sobria. Pese a ser un muchacho joven, había optado por un formal traje gris recto, camisa de suave color celeste y corbata azul con finos ribetes rojos.

Esa corbata era su prenda preferida. La había comprado hacía un par de años luego de un flechazo que sintió a través de la vitrina y desde entonces lo acompañaba a los eventos más importantes a los que debió concurrir.

Con esta grata sensación de confianza y seguridad, Alfredo llegó aquella noche al lujoso restoran en el que se festejaba el cumpleaños del Gerente Comercial de la empresa en que trabajaba. Instalado más tarde en el comedor compartió alegremente con sus compañeros de labores y disfrutó en especial la compañía de una atractiva joven, que lo miraba con muy buenos ojos.

Llegado el momento del brindis por el festejado, todos los comensales se levantaron copa en mano para escuchar el discurso previo del Subgerente. Lo mismo trató de hacer Alfredo, pero enredó una de sus piernas con la silla e involuntariamente hizo un gesto brusco con su copa y el cálido vino tinto serpenteó por los aires y terminó reposando, entre otros lugares, en la preciada corbata del muchacho.

Alfredo quedó desencajado. No podía creerlo. Su corbata, su querida corbata, mostraba a la altura del pecho una mancha de vino del tamaño de una moneda. Pidiendo disculpas salió dificultosamente por entre las mesas y corrió hacia un baño, donde lavó varias veces la prenda con la esperanza de que la mancha desapareciera. Todo fue inútil.

Molesto y muy descompuesto, el muchacho abandonó el local y se dirigió a su departamento. Allí intentó limpiar nuevamente con detergente la corbata, pero la mancha permaneció igual.

En los días venideros Alfredo echó mano a cuanta fórmula le fue sugerida para lograr su objetivo. ¡ Maldita mancha ! mascullaba, mientras restregaba infructuosamente. Desconsolado, envolvió un día la corbata en una funda plástica y la guardó en un cajón del closet.

Meses después, escuchando una conversación de la anciana que atendía el puesto de diarios ubicado en una esquina de su departamento, logró dar con la solución de su problema. Encomendándose a todos los dioses, utilizó con mucho cuidado los elementos recomendados hasta que logró eliminar totalmente la mancha. Su alegría fue enorme, porque además de recuperar la preciada corbata, sentía que había ganado una batalla que lo había tenido muy deprimido.

Alfredo era un hombre bastante sano, pero en cierta oportunidad , habiendo superado las depresiones antes mencionadas, sintió un pequeño dolor en la espalda, inusual para él, y este malestar empezó a repetirse con el transcurso de los días. Debió entonces consultar a un médico.

Terminados los exámenes solicitados, el facultativo citó al muchacho a su consulta y le expresó:

- Mi estimado amigo, la mayoría de los exámenes realizados hasta ahora están normales, con excepción de la radiografía del tórax, que muestra una pequeña sombra o mancha, por lo cual será necesario practicarle un scanner y seguramente una biopsia.

Alfredo guardó silencio un rato y preguntó enseguida:

- ¿De qué tamaño es esa mancha?, doctor …

- Del tamaño de una moneda, aproximadamente, le respondió éste.

El muchacho bajó la cabeza apesadumbrado y manifestó en voz baja:

- Mancha maldita, de todos modos has ganado la batalla final.


PEPE ARJONA

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