miércoles, 21 de abril de 2010

Tal vez mañana


- ¿Una o dos cucharaditas, amor?
- Dos, gracias-

Después de salir un año, dos de noviazgo y siete de matrimonio, sigue preguntando como tomo el café, sigue sin involucrarse, como pidiendo permiso para estar juntos. Me pregunto hace ya un tiempo si la quiero, si la he amado o si sólo es la rutina quien mantiene ligada nuestras horas.

La forma en que nos conocimos, como se comportaba, debió haber sido un presagio de que mi vida se volvería insoportable a su lado; piedad, compasión, tan delicada detrás del mostrador mientras la prepotencia vestida de azul, con cartera Gucci, escupía insultos, la increpaba por ineficiente, por no distinguir entre un Croisantt con un brownie; y ella, permanecía allí, escuchando o más bien absorta en sí misma, mirando sus manos, haciendo jugar sus dedos con una servilleta, mordiéndose el labio inferior. Como no pensar que después, ese gesto lo repetiría una y otra vez.

Le ofrecí disculpas por lo que no había hecho, le ofrecí un café en compensación. Junto con su angustia, nos sentamos en una mesa; comimos los croassanttes y unas medias lunas, tomamos unos cafés y sonrió. Me sonrió o al menos eso quise pensar; que podía ser capaz de rescatarla, de sacarla de allí, de su desdicha. Así fue y ahora se encuentra aquí, conmigo; con dos hijos, una hipoteca, seguros médicos, matrículas escolares e incapaz de pagar una cuenta, de aportar un comentario, siempre se quedó allí, parada, detrás de un mostrador, esperando una frase o que la llevaran, la rescataran.

- Hoy tuve reunión con la profesora del Dieguito, me dijo que está participando más con los compañeros, parece que se está integrando, ¿viste?
- Muy bien, me parece genial.-

Diego es nuestro hijo mayor, el motivo de mi matrimonio, o mas bien el único motivo de mi matrimonio.

Desde ese primer café con medialunas, se sucedieron otros, en distintos lugares. A veces tomábamos un par de copas de vino, otras simplemente al cine, o vuelta al café, lo constante fue su comportamiento suave y distante, tímida y coqueta, que no cambiaba ni con los besos, ni con las caricias, sólo sus mejillas denotaban que estaba viva. Siguió suave y distante mientras le sacaba su blusa, tímida y coqueta mientras besaba su cuello y me resbalaba por su piel, junto con su ropa.

Mantuvo el carácter mientras nos dejamos embaucar por el deseo y la buscaba con fuerza o nos entregábamos lentamente, cuando quedábamos exhaustos o simplemente nos mirábamos recostados sobre el sillón. Fue con esa misma suavidad, timidez y distancia que me notificó que estaba embarazada.

Allí se decidió nuestro matrimonio, sin anillos, ni comidas, ni atardeceres, ni proposición. Fue entre mi familia que no aceptaba el aborto y la de ella que tampoco su soltería, que terminamos en el living de su casa, ante el oficial del Registro Civil, jurando vivir junto, ser fieles y auxiliarnos mutuamente. Una situación que no había querido ni consentido. No era yo quien juraba, no era quien prometía y no sería quien cumpliera. Mis padres nos pasaron un departamento, al menos vivimos juntos.

- Vino tu madre en la tarde, se puso muy contenta por lo de Dieguito.
- ¿A que vino?
- Quería que la acompañara al Parque Arauco, Claudio le compró una cocina para la playa y hoy tenía que retirarla…, aprovechamos de llevar a los niños a los juegos y pasamos al Bravíssimo a tomarnos unos helados.
- A mi vieja no le gustan los helados-
- Tomo café…, nos dejó la cocina antigua que tenía en la playa…, está buena, era casi nueva…, y la nuestra estaba ya bastante mala-

Por su desarraigo, soledad y timidez, me nació un fuerte deseo de protegerla y cuidarla, que se extinguió cuando nos casamos. Luego, aunque prometí auxiliarla, cedí la obligación en mi madre, quien se sintió responsable y, a veces, en su familia. Me dediqué a trabajar junto a mi padre en los negocios de la familia, a tomar horas extras, a aumentar la producción de la fábrica y a llegar lo más tarde que podía.

Aunque jamás había sido un estudiante brillante, ni en el colegio ni menos en la universidad, no fue difícil que me aceptaran en un posgrado, lo que implicó más horas dedicadas a no estar con ella, a poder liberarme de sus silencios, de tener que verla siempre parada, allí, como si nunca hubiera dejado el mostrador. Logré que viviera tranquila, cómoda, en la casa solo faltaba mi presencia, que ella suplía con que pagara las cuentas y con ver crecer a los niños.

Joaquín llegó tan de improviso como Diego, justo en el momento que no nos encontrábamos, en que los rincones se hacían eternos, que las miradas se perdían entre los recuerdos; justo en el momento en que no había fuerza para comunicarnos y que la rutina apresaba nuestras palabras, me toma la mano y la coloca sobre su vientre.

No alcancé a decir que pensaba dejarla, que me iría de casa a un pequeño departamento, cerca del metro; no alcancé a decir que nada le faltaría cuando me vi abrazándola y esperando a nuestro segundo hijo.

- ¿Estas seguro que no necesitas llevar el abrigo? -
- No, no creo que vaya a hacer frío. Además no saldré mucho a la calle. Voy a pasar entre el hotel y las oficinas de Eduardo. En Valdivia no hace mucho frío en esta época, un poco lluviosa pero no hace frío.-
- Esta bien, te colocaré el paraguas y el impermeable, ¿Cuándo partes al final? –
- El domingo en el último vuelo, tengo que estar temprano el lunes-

Cambiamos las caricias por las labores cotidianas, los besos por el silencio y el deseo se refugió lejos de ella, bajo la entrega cómplice de otros cuerpos. No le he sido fiel pero ella tampoco lo ha sido; con su silencio se ha hecho cómplice de mis engaños. En un principio era solo la falta de socorro mi perjurio, pero al tiempo se levantaron algunas brisas de infidelidad que si bien nunca han provocado huracanes, hace tiempo que dejaron de ser simples miradas o besos fugitivos.

Es cierto, no voy a negarlo, he caído en la rutina del deseo, pero ella su cómplice silenciosa y tácita. He sido infiel por acción, ella por omisión; he caído humillado en busca de caricia y suspiros y ella ha omitido cerrar el abismo que nos separaba. He necesitado del tacto de sus dedos, del deseo de sus labios, del roce de su mirada y ella ha permanecido distante, como detrás de un espejo.

Ambos somos culpables de que la risa y desenfado de Paula nos separe, ambos somos culpables, por acción y omisión, de que su ternura se colara entre el suspiro del lamento y el escondite de su risa. Somos culpables de suspender el pago de las cuentas por prolongar conversaciones de sobremesa.
Sí mujer, somos culpables de que mis únicos deseos sean aquellas escapadas furtivas luego de los almuerzos o viajes de media semana al sur del país; de volver a soñar en construir el futuro y de pensar que ya no estas, de no buscarte si te necesito.

Mañana, sí, mañana será el momento, después de que llegue de la oficina, de que nos encontremos sólo; mañana después de dejar a los niños en la casa de sus padres y de que se prepare para la monotonía de la soledad. Mañana le diré que ya no quiero vivir con ella, que estoy con Paula, que nuevamente me he enamorado, de sus caricias y su cuerpo. Mañana sentenciaremos nuestras culpas y liberaremos lo que ha estado guardado por tanto tiempo; que no la deseo, que me embarga su presencia, me ensordece su silencio. Mañana la dejaré ahí, parada, detrás de ese mostrador del que nunca ha salido, esperando una frase que no llegará, sin llevarla a ninguna parte.

- ¡Ah! se me olvidaba, nos encontramos con la Fran en los juegos y me pidió que mañana llegáramos temprano, Cesar no tiene idea que le vamos a celebrar el cumpleaños, así que va a ser sorpresa-
- ¡Por la cresta! se me había olvidado que mañana íbamos donde Cesar –
- ¿Hiciste algún compromiso?-
- No ninguno… solo se me había olvidado. –

No podrá ser mañana, no podré decírselo mañana, tendría que faltar donde Cesar y no puedo; el viernes, sí, el viernes sin falta la mando a la mierda y termino lo que nunca ha empezado.

Juan Pablo Albar - Marzo 2010

2 comentarios:

  1. María Luisa Marambio Monteverde9 de junio de 2010, 23:26

    Juan Pablo muy bueno el cuento. Graficas tan bien lo que a muchos nos pasa que postergamos un fin ya sabido, como Crónica De Una Muerte Anunciada.
    La galería de imágenes que se viene a mi mente con tus cuentos es muy clara.

    ¡Te Felicito!

    Abrazos y sigue escribiendo,

    María Luisa Marambio

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  2. Estimado amigo, me encontré con tu cuento y me hizo reír como reflexionar, una abrazo y creo que compraré tu libro, si no me regalas uno con dedicatoria.
    Un abrazo*3,
    C

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