lunes, 5 de abril de 2010

El Primer Tren - Parte I


"El Primer Tren" es una cronica novelada acerca de Jose Joaquin Vallejos, Jotabeche, y el desarrollo del ferrocarril en Chile entre Caldera a Copiapo en 1851. La serie corresponde a un trabajo de Armando Aravena que amerito Mencion Honrosa en un reciente concurso organizado por el Circulo de Periodistas bajo el auspicio del Programa Bicentenario de la independencia de Chile. A continuacion presentamos la primera de 8 partes.

Parte I - La fuerza de la pluma

Una palabra puede herir más que una espada, o llegar más allá que una flecha, podría agregar alguien. En efecto, la sentencia puede ser aun más cierta cuando se trata de la palabra escrita.

Antes que apareciera la radio, la televisión y todos los demás medios modernos de comunicación era la palabra escrita la que muchas veces tuvo la propiedad de cambiar el sentido y la forma en que se dieron los acontecimientos.

En Chile, y muy especialmente en el siglo XIX se produjo la concurrencia de diversos movimientos intelectuales formados por personalidades tanto nacionales como inmigrantes de naciones vecinas, que necesariamente tuvieron una significativa influencia en el destino de nuestra incipiente nación.

Dentro del conjunto de intelectuales de mediados del siglo XIX, nos encontramos con la brillante personalidad de José Joaquín Vallejo, cuya multiplicidad de intereses y oficios fue determinante en numerosas obras y emprendimientos que determinaron significativos avances en ciertas áreas específicas del desarrollo de nuestro país.

Una de ellas, quizás la más destacada y conocida de sus empresas, fue la creación de El Copiapino, diario local cuya aparición en el periodo de mayor auge económico de la zona, se convirtió en un verdadero motor de progreso para la región.

Sin embargo, el verdadero y más significativo aporte al progreso no sólo de la región de Atacama sino de todo el país fue su decisivo apoyo a la construcción del primer tren instalado en Chile que uniría el puerto de Caldera con la ciudad de Copiapó.

A través de este trabajo trataremos de establecer la forma en que se produjo la intervención del famoso escritor que terminó con la instalación un día 25 de diciembre de 1851 del primer tren que corrió en nuestro país.

José Joaquín Vallejos reconocido como el más importante de los costumbristas - el mejor de los nortinos - específicamente de los hijos del Desierto de Atacama - quizás el más árido de la tierra - fertilizó una de las ideas más peregrinas de su época; instalar por primera vez en Chile, un tren.

Fue él quien inclinó la balanza a favor del progreso en contra de quienes a mediados del siglo XIX pensaban que aquello que existía en aquel entonces sólo en algunos escasísimos lugares Europa y Estados Unidos se pudiera replicar en Chile, ni menos aun en una región tan apartada del centro del país como era la de Atacama.

La sagaz pluma del Copiapino fue la que terminó por convencer a los copiapinos y calderinos que sólo la llegada del tren podría hacer justicia con la región que por aquellos años realizaba los mayores aportes al erario nacional y por tanto correspondía que antes que ninguna otra, dispusiera de un medio cuyo efecto había significado un verdadero salto al futuro en las principales ciudades de Estados Unidos y Europa.

En los hechos, el desarrollo económico social y cultural de la región había comenzado dos décadas atrás. Fue el descubrimiento del mineral de plata de Chañarcillo, realizado por Juan Godoy el 16 de mayo de 1832, el hecho que convirtió la región, hasta ese entonces con una escasa producción de ganado menor, principalmente caprino, en una verdadera potencia minera de renombre y prestigio mundial.

A su vez el nacimiento de los ferrocarriles representa en el universo del siglo XIX, la culminación de un proceso de evolución tecnológica que comenzó con la revolución industrial en el siglo XVIII. Los trenes y por ende las locomotoras permitían, como nunca, el transporte de personas y cargas desde lejanos puntos a otros aún más distantes, y junto a ellos el tren transmitió las nuevas ideas, modas y transformaciones radicales de la sociedad. De allí que la instalación de un primer ferrocarril en Chile, entre Caldera y Copiapó el año 1851, representó a la larga un hito de extraordinaria importancia tanto para la región como para el país en general.

Sin embargo, como en toda nueva empresa que emprenden los hombres hubo de inmediato una reacción por parte de quienes consideraban que con la llegada del tren se verían afectados sus intereses particulares. Es el caso, por ejemplo, de los dueños de las tropas de mulas, carretas y birlochas, que eran quienes trasladaban el material desde la mina hasta el puerto de Caldera. Más de veinte mil eran el total de estos animales cuyos dueños se habían hecho de pequeñas fortunas con este servicio de transporte.

La jerarquía de iglesia católica de la región también fijó su posición contraria a las maniobras de instalación del tren. Su principal argumento se basaba en el hecho que trabajos de tal envergadura provocaría necesariamente la llegada a la región de una enorme cantidad de extraños con costumbres y maneras muy distintas a las de la gente que tradicionalmente vivían en la región. El argumento tenía mucho de verdad si se considera el hecho que dentro de los extranjeros principalmente norteamericanos e ingleses muchos de ellos, por no decir la totalidad eran protestantes.

El primero en pensar en instalar una vía de ferrocarril en Chile, fue Juan Mouat, prestigioso relojero porteño que de visita en la región en el año 1845 planteó la idea de unir por ferrocarril Copiapó con la costa. Tal fue el convencimiento respecto de la factibilidad y utilidad de su idea, que realizó todos los trámites ante la autoridad de la época hasta conseguir las concesiones estatales necesarias.

Advertido José Joaquín Vallejos de dicho proyecto viaja a Valparaíso a entrevistarse con Juan Mouat. Tras una amena conversación se queda con el absoluto convencimiento que debe ser él quien debe hacer el puente entre Moact, el grupo de los principales empresarios mineros y el gobierno, para la concreción de uno de los proyectos más ambiciosos que hasta ese momento se haya emprendido dentro del país.

Surge entonces la figura de William Wheelwright, exitoso empresario estadounidense quien considera factible la posibilidad de poner en marcha un tren. Fue entonces que con fecha 3 de octubre de 1849 se constituye la Sociedad del Camino del Ferrocarril de Copiapó. Los accionistas fueron los siguientes: Candelaria Goyenechea, Diego Carballo, Agustín Edwards, Vicente Subercaseaux, Guillermo Wheelwrigth, Gregorio Ossa Cerda, Domingo Vega, los hermanos Tocornal, José Santos Cifuentes, José María Montt, Manuel del Carril y Matías Cousiño.

Los accionistas de esta nueva sociedad juntaron la increíble suma - para la fecha - de $8.000.000 pesos, que se traducía en 1.600 acciones. Con dicho capital se encargaron tres locomotoras a la empresa Norris Brothers de Filadelfia, las que llegaron en junio de 1850 a bordo de la fragata Switzerland, siendo bautizadas como La Copiapó, La Tres Puntas y La Chañarcillo.

Fin de Parte I.

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