miércoles, 5 de mayo de 2010

La historia de Melinao, el conscripto pugil de Coyhaique

Las manos casi congeladas del joven centinela golpearon con fuerza el costado del fusil sin lograr arrancarle más que un mínimo y apagado sonido, que casi se asimiló al de sus tacones. La mirada indiferente del oficial instalado en el asiento trasero del auto pareció pasar a través de la poco agraciada figura del joven conscripto de guardia, pese a la pretenciosa marcialidad de su saludo.

- Vaya a buscarme al capitán Abarzúa - dijo el hombre al momento de descender del vehículo frente a su oficina.

- A su orden mi comandante - contestó Castañeda el grueso y oscuro conductor que guió, casi sin prisa, el vehículo hasta el estacionamiento. Cuando descendió del vehículo se ajustó su quepis y cruzó el inmenso patio central del regimiento. La brisa helada del Colorado, que corría estridente abajo en la quebrada, pareció introducirse bajo sus ropas para adentrarse en sus inmensas y flácidas carnes.

- Permiso mi capitán - dijo cuando se acercó al lugar en donde el oficial conversaba con tres o cuatro hombres bajo su mando - mi comandante dice que vaya a su oficina.

Un expectante silencio dejo reverberando las palabras del mensajero en el amplio espacio de la cuadra.

El oficial reiteró la última frase que en ese momento decía y haciendo un silencioso e impersonal saludo se dirigió al sector de las oficinas.

El comandante Benavides ordenó una y otra vez sus papeles sobre su escritorio sin lograr concentrarse en lo que debía hacer.

- Permiso, mi comandante - dijo el capitán Abarzúa después de escuchar la orden de pasar - buenos días - dijo después parado frente del escritorio del oficial pegando marcialmente sus manos a los costados de su pantalón.

- Buenos días - respondió el jefe sin abandonar su gesto de preocupación.

- Pues bien, ¿averiguó algo sobre lo que ocurrió el viernes?

- En eso estaba mi comandante.

- Mire, Abarzúa: Ud. debe suponer lo emputecido que me tiene esta situación. Lo que más me preocupa es que haya ocurrido en presencia de la delegación de la gendarmería argentina. Esa güevá le da un carácter internacional a la cagadita que quedó el viernes. A estas alturas creo que debo ser el hazmerreir de toda la oficialidad de la Patagonia.

El oficial no quería hablar de la alteración que los hechos le habían provocado. Su rostro casi desencajado trasuntaba claramente la situación. Tras un nervioso paseo por su oficina volvió a instalarse en su escritorio, frente al cual no había dejado de permanecer en posición firme el joven oficial. Golpeando con rabia su cubierta le ordenó:

- Le voy a dar un par de horas para que me averigüe lo que pasó - estiró el brazo para descubrir su reloj - a las diez lo quiero aquí con un completo informe acerca de la responsabilidad de cada uno de los comprometidos en esto. Usted me metió en este lío y ahora me tiene que responder. Acuérdese que fue usted el que dijo que Melinao tenía pasta de campeón, y ya ve lo que pasó. Güeón yo también, haberle creído y ponerme a invitar a medio mundo a la pelea.

- Como Ud. ordene mi comandante - dijo el joven capitán girando geométricamente sobre sus talones para abandonar la oficina.

El tímido sol asomando sobre los nevados cerros coyaiquinos le dio de pleno en los ojos, cuando el capitán Abarzúa cruzó el patio de formación para dirigirse hacia el lugar de los comedores. Un fuerte olor a grasa, cebolla y aliños le golpeó en la entrada de la cocina.

Cinco para las doce, apareció nuevamente ante la secretaria del comandante el capitán Abarzúa.

- Pase nomás el comandante lo está esperando dijo ella después de asomarse a la oficina de este.

- Bien pues - dijo tan sólo el oficial en cuanto entró el capitán - y se dejó caer sobre su sillón - tome asiento y me cuenta.

- Mi comandante, los hechos ocurrieron de la siguiente forma: - se acomodó en su asiento e hizo una pausa como para ordenar sus ideas.

- Creo que Melinao es realmente un gran valor. Tiene estilo, fuerza, valentía...

- A ver, un momento. Quiero saber qué fue lo que pasó con él y no que me venga a hablar de su performance. ¿Averiguó qué fue lo que le pasó ese día y por qué ocurrieron los hechos?

- A eso voy justamente mi comandante. Como oficial a cargo de la selección de box del regimiento, cuando me di cuenta de las condiciones de Melinao, lo saqué de la fila y lo dejé a las órdenes del sargento Callupe, para que lo prepara.

- Bueno eso todo el mundo lo sabía, pero dígame ¿qué pasó?

- Resulta que Callupe para no arriesgar una lesión en las maniobras decidió mandarlo de pinche a la cocina.

- Bueno, eso también lo sabía - dijo el comandante demostrando con su gesto que su paciencia se comenzaba a agotar.

- Resulta que en la cocina el cabo Pailamilla lo tomó a su cargo y no encontró nada mejor que aplicarle sobrealimentación. Melinao comió como chancho toda la semana. De todo lo que había, lo mejor era para Melinao.

El comandante seguía el relato con los ojos desorbitados.

- Entonces el día del combate, el argentino le mandó el opercaout en el mentón, Melinao pierde el conocimiento por unos segundos y... pasó lo que todos sabemos pues mi comandante.

El oficial inconcientemente se cubrió la cara con ambas manos como queriendo olvidar lo que había ocurrido después.

Tras un rato, se puso y se instaló en el ventanal de espaldas a su subalterno.

De pronto irrumpió en una potente carcajada.

- Por eso fue que se cagó entonces, pues.

- Si pues mi comandante - dijo el joven oficial - y menos mal que se les ocurrió apagar la luz y entrar con pala a recoger lo de Melinao.

- Si pero todo el mundo ya se había dado cuenta la cagá que había quedado.

- Exactamente mi comandante - dijo el capitán, que por primera vez esbozaba una sonrisa - la cagá que había quedado.

Anonimo - 2001

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