miércoles, 5 de mayo de 2010

La Carta

Eliana se paseaba inquieta por su habitación, la falta de noticias de su novio Enrique por más de un mes desde que partió al interior de la selva amazónica, la tenía fuera de sí. Los días se deslizaban con demasiada lentitud para su gusto, su acelerada actividad habitual se había transformado en un estado de espera, la noción del tiempo se había perdido, el reloj no avanzaba, sólo ansiaba recibir ese llamado que no llegaba o aquella carta que tal vez nunca fue escrita.

Se sentía atrapada en el interior de un foso donde espesas tinieblas parecían embelesadas escuchando la fúnebre melodía que escapaba de un clavicordio enmohecido. Su alma atormentada se estremecía por las convulsiones de la duda lacerante, dolorosa, opresiva. Negros presagios escapaban sarcásticos del crepúsculo mental donde se encontraba sumida. La angustia era su compañera inseparable en este duro trance por el que estaba pasando.

Alguien golpeó la puerta llamándola a comer, ella miró por la ventana y vio sólo oscuridad, parecía que otro día estaba terminando, lo cual siempre le provocaba un atisbo de sonrisa, pensando que cada vez estaba más cerca de saber algo de su amado.

No quería bajar para escuchar las mismas preguntas de siempre respecto a la desaparición de Enrique.

Su hermana menor era quien más la irritaba con sus descabelladas teorías respecto a la antropofagia de ciertas tribus amazónicas.

Su madre, al verla tan decaída, le recomendaba que se reintegrara a su círculo social que alguna vez tuvo.

Eliana sólo quería regresar pronto a su habitación, comía apenas unos bocados y antes que sirvieran el postre, se escabullía del comedor.

Pasaron varios días más, sin que ocurriese nada nuevo, Eliana era una sombra espectral que deambulaba sin destino. Cuando recién partió Enrique, cada vez que sonaba el teléfono ella corría a atenderlo con la secreta esperanza que fuese él, pero después de tanto tiempo había perdido la esperanza de un milagro, así que lo sacó de su pieza.

Un día al atardecer, su madre la llamó excitada que bajara, porque el cartero había traído un sobre para ella proveniente de Brasil.

Eliana no podía creerlo, al fin terminaría su pesadilla, corrió escaleras abajo para arrebatarlo de las manos de su mamá y nerviosa lo abrió para leer la carta tan anhelada.

- ¡Qué letra más enredada tiene Enrique...! - comentó nerviosa.

En la medida que iba descifrando el contenido de la misiva, su alegría inicial se fue transformando en rabia, después en ira y finalmente, en un ataque de furia.

- ¡Infeliz, desgraciado, me has tenido 2 meses esperando noticias tuyas para queme salgas con ésto...!

Su madre que la escuchó vociferando, fue hasta el salón y recogió la carta que su hija había tirado, cuando regresó llorando a su habitación.

La madre al ver aquellos gruesos trazos que simulaban ser letras, no pudo contenerse:

- ¡Qué horror, esta carta parece escrita por un troglodita...!

Después de leer varias veces la carta, la examinó con una lupa para interpretar con la mayor exactitud, cada palabra escrita por este aborigen de las letras.

Una vez que estuvo segura de su contenido, llamó a Eliana para comentarla.

- Mamá, no quiero saber nada de Enrique, ni me interesa leer las atrocidades que me puso...

- Elianita, cálmese, tal vez usted interpretó mal, ya que este joven no es precisamente un artista de la pluma...

- Mamá, no lo defiendas tanto y escucha este párrafo que lo dice todo... - dijo la joven.

- "Ya no estoy en condiciones de regresar pronto por fin encontré mi gran amor una mina oscura llena de esmeraldas..."

- ¿Te das cuenta lo malacatoso que es, mamá...? Encontró su amor supremo, una negra súper mina y cargada de esmeraldas...

- Elianita, está equivocada. Enrique tiene pésima ortografía, apenas sabe escribir, lo que él quiso decir es lo siguiente:

- "Ya no, estoy en condiciones de regresar pronto. Por fin encontré mi gran amor, una mina oscura llena de esmeraldas..."

Alberto Covarrubias - 2001

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