viernes, 12 de marzo de 2010

Anakena


En verdad, Raúl se estaba aburriendo soberanamente en la fiesta de cumpleaños de su amigo Ricardo. A última hora Teresa, su prima, había desistido de acompañarlo, debido a una alergia rebelde que la afectaba. Como un cazador furtivo había examinado a todas las mujeres que llenaban en ese momento el amplio salón, sin encontrar nada rescatable. Aquellas que le resultaron atractivas estaban acompañadas de sus respectivas parejas y había otras no tan jóvenes ni hermosas que, al igual que él, realizaban su propia cacería.

Bebía desganadamente su tercer trago cuando advirtió la entrada al recinto de una mujer que, a primera vista, calificó como fabulosa. Morena, estatura media y un cuerpo escultural que parecía querer escapar del ceñido vestido rojo que lo aprisionaba. Ojos verdes y unos labios carnosos y sensuales completaban esta visión que fascinó a Raúl. Y más extraordinario aun le resulto el hecho de que la mujer estaba sola.

Lentamente se fue acercando a ella y en cuanto escuchó una melodía romántica la abordó respetuosamente:

-Perdón, bailamos…

Ella lo miró un poco sorprendida para aceptar luego con un gesto de cabeza.

Después de una conversación inicial muy formal referida a la fiesta misma, Raúl decidió iniciar su ofensiva mientras bailaban.
-Cómo te llamas…. Le dijo con suavidad.
-Anakena…. Respondió ella como en un susurro.
-Anakena…. Me parece un nombre muy hermoso. Fue el comentario de él.
-Es de origen pascuense ….Agregó la mujer. Fue el deseo de mi abuelo, que nació en la isla.
-En realidad, continuó Raul. Es un nombre maravilloso, que sugiere cosas muy lejanas y misteriosas. Y, pensando que había encontrado el tema de enganche ideal, cerro los ojos tratando de acercar más su cuerpo al de la mujer y de apoyar su mejilla contra la de ella.

Pero, en ese momento sintió que le tocaban el hombro, expresándole:
-Perdon, me permite….

Raúl, entonces, se dió vuelta y se encontró con un hombre joven, alto , bronceado, macizo y de buena estampa, quien lo desplazó en forma suave pero con firmeza, para tomar luego a Anakena y salir bailando con ella.

Al momento de alejarse , la mujer sonrió con picardía a Raúl y le dijo:

-Es mi novio…

Sorprendido y abochornado, Raul inició la retirada hacia uno de los rincones del salón, procurando hacerlo con la mayor dignidad y pasar inadvertido.

Tras paladear pausadamente el primer trago que tuvo a la mano e intentando superar la molestia y vergüenza pasadas, se preguntó con rabia:
-Ana…, Ana cuánto se llamaba la galla …


Jose Arjona-2008

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