miércoles, 3 de febrero de 2010

Nadie entiende a las mujeres

Apenas recuperado de la trombosis, Remigio propuso matrimonio a su amante. La mujer suspiró, pensando, cuántos años había esperado esas palabras. Contempló al hombre, el ojo derecho lo tenía abierto, rígido, mientras pestañeaba contínuamente con el otro, las manos le temblaban, sudaba, pasándose un pañuelo por las sienes.

- No volveré a vivir con mi mujer, no regresaré al trabajo ni a la rutina, ¿para qué? uno se muere el día menos pensado.

- Te recuperarás, contestó la mujer pensando en lo que quedaba de aquel hombre.

Lo conoció un día de marzo. Sentados en la misma aula comenzaron los estudios. Era hermoso, jugueteaba con el lápiz, llevándolo a los labios, o golpeando el banco, mientras el profesor dictaba la cátedra.

Le ayudó a estudiar, colocaba las pruebas visibles para que las copiara. Los meses se convirtieron en años. Magdalena redactó la tesis de ambos.

- Mi mujer se quedará viviendo en su casa, nosotros nos iremos al campo. ¿Qué me dices Magdalena, te gusta la idea?

Ella pensó en las tardes pasadas juntos, los árboles inclinados por el viento, el olor a ciruelos en flor, el ladrido de los perros, la inmensa felicidad que ella sentía entre sus brazos.

- Mi hijo mayor se quedará a cargo de la empresa, tiene edad suficiente para asumir responsabilidades.

- ¿Qué edad tiene tu hijo?

- Veinticuatro años.

El había dicho -Te amo Magdalena, pero no deseo una familia. Quiero viajar, vivir, mujer de hijos atan.

Tenían veinticinco años.

- ¿Qué dirá tu mujer, si se lo dices?

- No lo sé ni me importa; lo que me quede de vida deseo compartirla contigo. Te amo, Magdalena.

- Ella te quiere.

- Seguro, ¿pero a qué viene esa pregunta?

- Estaba recordando.

- Nada de nostalgia, tenemos el futuro, cuando se ha estado a punto de morir, se comprenden muchas cosas.

Magdalena nunca había estado enferma. El dolor y la amargura de ser abandonada no puede considerarse una enfermedad. Estuvo semanas sin querer hablar, postrada en la cama, cuando supo de la boda de Remigio.

Nadie resiste una rica heredera, comentaba Sebastián, mientras la hacía beber café y la paseaba por la pieza. No te quedes dormida, no te vas a morir si puedo impedirlo, eres una estúpida te enamoraste de un cafiche que no vale nada, ¡no te desmayes, te llevo al hospital quieras o no quieras.

- Me encontré con Sebastián, dijo la mujer pasándole un vaso con agua, fuimos juntos a comer, sigue casado y tiene varios hijos.

- El mecenas del curso, haciendo siempre favores, estará viejo y barrigón.

- Se considera delgado y con bastante pelo.

Remigio se pasó en forma maquinal la mano por la calvicie. ¿Tratas de molestarme? No lo conseguirás. Esoy tan dichoso de poder hablar, moverme, ni siquiera la cabellera de Sansón, conseguiría irritarme-Además no has contestado a mi pregunta.

No puedo creer que sigas con Remigio, no sientes amor por ti misma Magdalena? Se casó con otra y ahora eres su amante. Sebastián se mecía el pelo mientras hablaba.

- Basta, no me digas esas cosas.

- Estás aferrada a un maniquí, no quieres enfrentar la vida, no escucharás de mi la sublime palabra amor para justificar lo que te has hecho Magdalena.

Cuando despertaron abrazados, se preguntó qué poder tenía Remigio sobre ella; Sebastián era y había sido eficiente, dentro y fuera de la cama.

Entró una enfermera a tomar la temperatura; se marchó anotando cifras.

- Mañana se lo digo a mi mujer, mi decisión está tomada, dime Magdalena, ¿estás contenta?

- Cuánto dinero tienes? - preguntó ella.

- Bastante.

- Has hecho solo malos negocios en tu vida

- Era dinero de mi mujer, para que preocuparnos, tenemos la casa de campo, y mi profesión

- Mi casa y mi profesión, querrás decir, tu jamás has ejercido.

- ¿Qué pasa Magdalena? El hombre trató de incorporarse. Al hacerlo, resbalaron las frazadas dejando las delgadas piernas al descubierto. -Por favor, no vamos a comenzar una nueva vida peleando.

La mujer lo ayudó a recostarse, esponjó los almohadones a su espalda, besó la frente del enfermo. Remigio...Remigio...susurró. Luego, incorporándose con presteza, se dirigió a puerta.

- No voy a casarme contigo, conserva tu esposa, no vas a encontrar a otra que se haga cargo de lo que queda de ti.

Salió de la pieza seguida por la mirada rígida, mientras el ojo sano pestañeaba sin cesar.


Natacha Bañados - 2000

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